viernes, 29 de mayo de 2009

Olomouc y Kromeríz


Después de varios días inmersos en la humedad de los bosques de Brno, amanece por fin una mañana soleada, iniciamos con buen ánimo una excursión a Olomouc, una ciudad relativamente grande (algo más de 100.000 habitantes) y de gran importancia estratégica ya desde la antigüedad, elegida en el s. XII como capital de Moravia y con Universidad desde el s. XVI. Hoy es un importante centro industrial y, como suele ser habitual, un núcleo urbano con una forma muy precisa y delimitada, totalmente planificada, en la que conviven un bonito casco histórico y el verde de los espacios libres que lo bordean, expandiéndose entre la nueva edificación y los múltiples equipamientos deportivos de que dispone.
La entrada en coche a la ciudad la hacemos por Trída Svobody, esa amplia avenida que recorre el lado de poniente de lo que fue el cierre defensivo del casco histórico y que da paso a un pequeño primer ensanche, con muchos edificios públicos y los parques Smetanovy sady y Cechovy sady. Como en otras ciudades europeas, cuando a mediados del siglo XIX se procedió al derribo de las murallas, se inició la planificación de estas amplias superficies verdes en todo ese ámbito, conformando un anillo que separa la ciudad antigua de la moderna. Conseguimos aparcar en la confluencia con otra de las calles de borde, junto a un supermercado y centro comercial, en una explanada al sol. Tras un pequeño trecho caminando por una de las estrechas calles del conjunto histórico, desembocamos en la espectacular Horní námestí, una irregular plaza en medio de la que se alza el antiguo Ayuntamiento (Radnice) y una monumental columna de la Trinidad que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad. En la oficina de turismo que se encuentra en una de las esquinas de la plaza facilitan una fotocopia con un itinerario que permite visitar, de forma ordenada e inteligente, el casco histórico y apreciar sus cualidades.
Para hacerse una idea, no está de más pararse un rato ante el modelo en bronce que hay en la propia plaza, descubriendo esa planta estrangulada en su parte central por los fuertes desniveles topográficos, la adecuación del sistema de murallas a esos mismos condicionantes del terreno (parte de las cuales aún se conservan, con sus baluartes) y el juego de plazas entrelazadas, siempre abriéndose en abanico, que jalonan todo el núcleo histórico. Después, refrescarse en alguna de las tres fuentes escultóricas que se sitúan en la plaza y echar un vistazo al reloj astronómico, nos recordará al de Praga, solo que aquí, no será necesario darse de codazos con los turistas japoneses, o italianos, o... para poder verlo en funcionamiento, la sorpresa será ver como tras los desperfectos de la guerra, por el reloj renacentista ya no desfilan santos o personajes religiosos, sino obreros de los distintos gremios que dieron realce al régimen, estampa que repite también el mosaico con que cubrió la hornacina un desconocido artista del realismo socialista, siempre sin complejos ante el reto de enfrentar su creación a una pieza histórica de tal relevancia.

Deambular por las calles del casco histórico resulta un pasatiempo muy agradable, la Dolní naméstí está casi adyacente a la plaza anterior, en ella, otras dos fuentes, la de Neptuno y Júpiter y otra columna, la de la Peste, la iglesia de la Anunciación y el palacio Hauenschild con su curioso balcón-mirador cerrado. Las calles Denisova y 1. máje constituyen el eje central de la ciudad antigua y llevan hacia la Námestí Republiky, con la fuente del Tritón y a una de las salidas del recinto, en su entorno, el Palacio Arzobispal y varias imponentes construcciones clericales, algunas de ellas vinculadas a la Universidad, ponen de manifiesto lo poco que ha interesado mantener en buen estado de conservación esos signos de ese otro poder, no civil, y la escasa capacidad de inversión que muestra la iglesia para mantener el patrimonio histórico de su propiedad allí donde no le produce ventajas promocionales.
Tras visitar la catedral de Sv. Václav, conviene pasear por esas calles exteriores donde bulle la vida urbana, con los tranvías yendo y viniendo, y los coches saltando sobre esos inmensos adoquines que el tiempo ha pulido hasta sacar un brillo casi de espejo.
Comimos muy agradablemente sentados en una terraza exterior de un local de una de las calles peatonales cercanas a la plaza del ayuntamiento viejo, un menú extraordinariamente económico que anunciaban en un cartel, sin saber, hasta ver los platos ante nosotros, de que constaba (una ensalada de pepino y un plato de carne).

Me ha interesado acercarme hasta el estadio del Sigma Olomouc, un antiguo clásico de las competiciones de fútbol europeas, de esos que siempre acaban eliminados en las primeras rondas, se encuentra justo al borde del casco antiguo, en medio de una gran zona deportiva, muy frecuentada por los habitantes de la ciudad, con una avenida monumental también muy característica del lucimiento del deporte como actividad lúdica de las masas que tanto gustaba al régimen. Junto al campo de fútbol y el Estadio Olímpico, un avión Tupolev, posado en el suelo, sirve como bar y centro de reunión de los hinchas del Sigma.

Tras comprar algo en el supermercado y enfriar el coche, todo este tiempo abrasándose en el aparcamiento exterior del centro comercial, conducimos hacia Kromeríz.


Kromeríz es una pequeña ciudad de casi 30.000 habitantes que está recuperando su importante legado histórico tras el abandono o desinterés que se mostró hacia el mismo en la época comunista que, por fortuna, apenas lo ha afectado. Su importancia regional le viene de su reconstrucción, tras la Guerra de los Treinta Años, para constituirse en residencia de verano del arzobispado. Situada justo al borde del cauce del río Morava, la huella ovalada de su núcleo histórico se interrumpe al Noroeste para caer sobre un inmenso parque inglés con varios lagos, sobre el mismo, el palacio levantado sobre lo que fue el castillo (Arcibiskupský zámek) en la segunda mitad del s. XVII, en cuyo interior se rodaron imágenes de la película Amadeus.

La enorme plaza rectangular (Velké námestí) se ha reurbanizado, aunque no han conseguido retirar definitivamente los coches aparcados frente a las hermosas casas medievales y barrocas, con robustos pórticos, que cierran sus frentes. La propia plaza parece inclinarse ante el palacio y se abre en uno de los laterales hacia la esquina del mismo, huella de un ángulo del antiguo zámek, e introduce la imponente torre dentro del panorama del espacio público. El casco antiguo no es muy grande y tiene rincones y calles tranquilas por donde pasear a la sombra de las casas.


Los nuevos crecimientos han acompañado sin grandes traumatismos el avance de esas calles hasta el punto donde lo urbano se funde con el campo, un límite siempre claro y, a veces, poblado por transiciones envidiables, como ese otro espacio ajardinado de carácter histórico, el Kvetná zahrada, de estilo italiano, con geométricos parterres y notables contrapuntos arquitectónicos, pero habíamos estado ya mucho tiempo bajo el frescor de los árboles en Podzámecká zahrada (jardín bajo el castillo) y el paseo al sol se nos hizo demasiado largo, además, se acercaba el tiempo de caducidad del ticket de estacionamiento.

Así que, recogemos el coche en el aparcamiento de superficie que da justo delante del acceso al casco antiguo desde el puente del río Morava y nos encaminamos hacia Zlín, un tramo final de excursión que va a convertirse en un pequeño fracaso. Circulamos por carreteras secundarias, con cierto desasosiego por las actitudes de riesgo de muchos de los vehículos, una camioneta que llevamos delante no nos deja ver lo que pasa al frente, pero en determinado momento, el frenazo es inevitable, ante nosotros, choque frontal entre el camión y un turismo que quizá se ha incorporado valientemente en una intersección, nos hemos librado por muy poco, tanto de darnos de narices contra la camioneta, como de ser atravesados por el listillo que venía detrás intentando adelantar a todos de una sola vez.

Según nuestra guía de viajes, muy mala y tendenciosa, Zlín es una ciudad interesante por los ejemplos de arquitectura de la primera etapa moderna, que propició allí, a principios del XX, Tomás Bat'a, creador de una industria del calzado de importancia nacional a la que los comunistas cambiaron el nombre, y la dirección, tras la guerra. Pero nos resulta muy difícil discernir esos inmuebles ejemplares entre un continuo bastante homogéneo y, sobre todo, orientarnos sin un mínimo plano en una ciudad que ronda los 100.000 habitantes. Tras unas vueltas en coche entre esos bloques de vivienda colectiva y construcciones industriales, volvemos hacia Ostrovacice para pasar nuestra última noche en la República Checa, mañana entraremos en Eslovaquia.

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