miércoles, 27 de mayo de 2009

Kutná Hora y Jicín

Kutná Hora tiene ahora algo más de 22.000 habitantes, el núcleo histórico está reconocido como Patrimonio de la Humanidad desde 1995, en tiempos fue la segunda ciudad en importancia del país y, seguramente, la que producía una mayor riqueza gracias a los yacimientos de plata, que se decía podían explotarse desde los sótanos de las viviendas, durante la época de los Habsburgo,
se denominó Kuttenberg, o Montaña de las Minas, que es lo que significa también en checo, en el edificio llamado "La Corte italiana" vivían y fabricaban moneda los acuñadores, artesanos especializados que procedían de ese país. Toda la parte antigua de la ciudad se adapta a una pequeña elevación y tiene una planta bastante irregular, en la que se enlazan varias pequeñas plazas siguiendo el itinerario principal por su interior, se ha renovado casi toda la pavimentación y la urbanización tiene, en general, bastante calidad.
Se hace muy fácil llegar y conseguimos aparcar sin agobios en el vial perimetral de acceso, a muy escasos metros de los puntos a visitar de mayor interés. Aunque se dice que es uno de los lugares que atrae más turismo de la región de Bohemia Central, todo es muy tranquilo, nada que ver con otros países europeos en este mes, además, ese turismo es casi absolutamente de carácter nacional, al menos hoy sábado.

La principal de ese sistema de plazas entrelazadas, es la Palackého námestí (esto último significa plaza en checo) de planta sensiblemente triangular y en la que se alinean casitas bajas, muchas con pórticos en el bajo, de muy diversos estilos pero unificadas por ese uso de los revestimientos y molduras coloreadas en distintos tonos, algo que hace a estas ciudades bastante más luminosas o alegres que las construidas solo en piedra. En la Rejskovo námestí, plaza que hace de contrapunto respecto a la anterior siguiendo la calle Husova como eje, se levanta una enorme fuente monumental del gótico tardío. Desde aquí se puede callejear hasta la iglesia de Sv. Jakub (de Santiago) e internarse sin prisas por las callejuelas adyacentes para tomar la Barborská ulice y, tras pasar ante una edificación que permanece como vestigio de un segundo cinturón de murallas de la ciudad, recorreremos la larguísima fachada del antiguo colegio de los jesuitas pasando ante una sucesión de estatuas barrocas de diversos personajes religiosos con esos llamativos detalles dorados que relucen sobre la escultura en piedra. El conjunto del colegio jesuita está muy deteriorado, fue utilizado como cuartel tras la expulsión de la orden a finales del XVIII y ahora está abandonado.

Siguiendo la calle, con vistas abiertas hacia el entorno de la ciudad, se llega a la catedral de Santa Bárbara (Sv. Barbora), patrona de los mineros. Es una interesantísima iglesia gótica, cuya singular cubierta, como si fuesen tres tiendas de campaña de un solo mástil central, constituye un hito de referencia en la silueta urbana de Kutná Hora. En su interior conviven la riqueza del gótico bohemio y obras de completamiento posteriores, como las vidrieras modernistas de Frantisek Urban.

Después de pasear por todo el casco histórico, retomamos la carretera comarcal para acercarnos a Jicín. Aquí también tenemos bastante suerte con el aparcamiento en una calle exterior, la ciudad es tan solo algo más pequeña que la anterior (17.000 habitantes) y atesora, al interior de crecimientos planificados de densidad media y baja, un núcleo redondeado, siguiendo la forma de su antigua muralla con una inmensa plaza rectangular en su centro. Aunque es difícil apreciarlo si no se conoce su real implantación en el territorio, existen una serie de actuaciones urbanas barrocas de gran magnitud, todas ellas ordenadas por el duque de Waldstein, un comandante del ejército imperial que levantó aquí su feudo, acuñando moneda propia, atrayendo a famosos arquitectos italianos para llevar a cabo esas transformaciones. La propia plaza no sería sino un punto central en un eje visual que recorrería la distancia entre un parque y pabellón de caza y un convento, todo ello alineado según el recorrido de salida y puesta del sol. Queda de ese eje un largo paseo plantado con cuatro hileras de tilos que enlaza la ciudad antigua con Libosad, el pabellón que, como el resto de esas actuaciones, quedó sin terminar tras la prematura muerte, asesinado en Cheb, del duque de Waldstein.

Entramos en la gran plaza central, llamada Valdstejnovo námestí en recuerdo del duque, pasando por la puerta Vladická, una esbelta torre que permanece de las varias que tuvo la muralla, desde arriba puede observarse el conjunto de la ciudad, pero está cerrada y ya no volverá a abrir hoy, es también un museo dedicado a un ilustrador de cuentos (la ciudad celebra periódicamente un Festival de Cuentos de Hadas). Acaba de llover y todo está un poco gris pero, aún así, el conjunto de edificaciones porticadas luce espléndido, en medio de la plaza, una columna de la peste y dos fuentes, muy cerca, las iglesias de Sv Ignác y Sv. Jakub.

Vale la pena pasear también por la zona inmediata al casco histórico, esa primera prolongación que amplia el núcleo, allí hemos descubierto un magnífico café con variedades de pastelería que no tienen nada que envidiar a la propia capital del imperio austrohúngaro, del que se ve que mantienen muchas tradiciones por aquí. Tras unos cafés y la degustación de algunas de las especialidades, recién hechas, volvemos al coche e iniciamos el camino de regreso a Chrustenice.

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