Nos desplazamos hasta la mina de sal de Wieliczka, no sin dificultades y retenciones, como siem- pre, se trata de una explotación subterránea con más de siete siglos de antigüedad y que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad.
Hay una cola descomunal esperando para entrar, una vez que se sacan los billetes hay que in-corporarse a la misma para esperar el regreso de un grupo con guía, no bajan más que un número determinado de personas cada vez. El calor es insoportable aquí parados, agradecemos el momento en que nos coincide un rato de espera bajo la sombra de un árbol.
A la mina se baja en el mismo ascensor que utilizaban los operarios mientras estuvo en servicio, se desciende a más de 100 m. de profundidad, pero no da esa impresión, la visita dura más de hora y media y recorre las galerías, algún lago subterráneo, máquinas y sistemas de extracción de la sal y esculturas labradas también en sal, que convierten a todo esto en una especie de parque temático de la minería. Salvo la capilla de San Kinga, una inmensa apertura, como una catedral enterrada, dentro del sistema de galerías y la denominada "cámara Staszic", con el techo a casi 40 m. de altura, lo demás decepciona un poco. Tampoco ayuda un recorrido tan largo con comentarios solo en polaco y, en nuestro caso, el nauseabundo olor a sudor que desprende uno de los visitantes locales que, no sé por que extraña razón, acabamos teniendo siempre a nuestro lado por más que nos movemos sucesivamente de emplazamiento dentro del grupo. La gran ventaja es que, al menos, aquí abajo se está fresquito.
Además de una cafetería y tienda de regalos, las minas incluyen una especie de balneario para tratamientos respiratorios, pero esa parte no se ve en la visita guiada, también se cuenta que los nazis quisieron hacer aquí una fábrica de aviones, pero tal vez sea solo una leyenda.
Salimos al exterior y nos tomamos un tentempié comprando algo de comer en unos puestos callejeros que hay de camino al aparcamiento, paseamos un poco por la población y nos vamos.
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