jueves, 21 de mayo de 2009

Buda, la colina y la ciudad baja


Esta mañana, un 17 de agosto, salimos hacia la estación, esta vez ya con nuestros billetes y sin agobios, para volver a visitar Budapest, en esta ocasión, la parte de la capital que se sitúa a poniente respecto al río, la colina defensiva, con características topográficas contrapuestas en relación al inmenso ensanche decimonónico que puebla la parte plana de Pest (el lado Este del Danubio) el contraste es total, tanto por su evolución histórica como por el propio territorio sobre el que se asientan una y otra parte de la capital.

Nada más salir de Batthyány tér, la estación término de nuestro recorrido ferroviario, descubrimos a que respondía todo el andamiaje que ayer veíamos montar al borde del río, nos recibe una competición de acrobacia aérea organizada por una famosa bebida milagrosa que también pone alas a quienes la consumen, o eso dice su campaña publicitaria, nos quedamos un rato viendo como se prepara todo y las primeras pasadas de tanteo de algunos de los competidores. Hay mucha gente ya instalándose en los graderíos desmontables para contemplar el espectáculo.
La parte baja de Buda está constreñida entre el pie de la ladera y el borde del río, y gravita en torno a Clark Adam tér, la plaza de planta circular en que remata el puente de las cadenas antes de atravesar el túnel que conduce al tráfico al otro lado de la colina, todo ello obra del ingeniero al que han dedicado la plaza. Resulta interesante ver como se trató la entrada del túnel como si fuese un elemento urbano más, con una especie de fachada-puerta, algo que suele olvidarse en los que se hacen hoy en día. Muy cerca de la plaza se encuentra un funicular de esa época en que se construyeron el puente y el túnel, recuperado en 1986, en el que subiremos al Palacio Real para visitar la parte alta de Buda. Los vagones del funicular forman tres cuerpos escalonados, siguiendo la pendiente de la vía sobre la ladera, con tres compartimentos distintos y que, en principio, tenían que ver con esa distribución en distintas clases que caracterizaba los viajes en tren en esa época y tiene la ventaja de aportar la visión directa, frontalmente, del panorama sobre la ciudad, como si nos hubiésemos sentado en un graderío.

Del funicular se sale justo en la zona de acceso al Palacio Real (Várpalota) construcción monumental que sobresale y domina la silueta de la ciudad desde el río. Es fin de semana y nos ha coincidido una feria de muestras y artesanía dentro de la explanada del palacio, por todo el exterior se ha instalado también un montón de puestos de venta de todo tipo de objetos y productos, la entrada al palacio supone el acceso a la feria, como no podemos dedicarnos a ambas cosas, nos encaminamos hacia el barrio de la Fortaleza, una diminuta ciudad medieval que supone un contrapunto respecto a la majestuosa Avenida Andrássy y su geométrico desarrollo residencial. Tárnok utca, con sus casitas coloreadas, nos lleva hasta la aguja gótica reconstruida del Matyás templon, la iglesia principal que se abre a la plaza con la columna de la Trinidad. Todo tiene una aire tranquilo, pausado y pintoresco, no sé si porque los turistas se han apelotonado junto al Palacio Real o por alguna razón más profunda, hasta un viejo Trabant aparcado nos da la bienvenida al poco de iniciar el paseo.





No solo la restricción del tránsito rodado invita a recorrer esta parte de la ciudad de forma pausada, la irregularidad de su traza proporciona siempre curiosos rincones, las calles estrechas ofrecen la sombra que, a veces, hace incómodo el deambular veraniego por amplias avenidas, visitamos todo con calma, asomándonos a algunos portalones abiertos que dejan ver el patio interior de los edificios barrocos de vivienda de este barrio.

De regreso, tras el viaje de vuelta en el funicular, recorremos la zona de la ciudad baja que se extiende entre el Puente de las Cadenas y el que se encuentra inmediatamente al Sur (Erzsébet híd) para ascender, en una larga caminata plagada de escalones, hasta la Ciudadela, otro de los hitos elevados de este lado de la ciudad, frente a la que asoma, omnipresente, el Monumento a la Liberación, sobre un pedestal de casi treinta metros de altura, una figura femenina, en bronce se asoma al borde de la colina y se hace visible desde casi cualquier punto del cauce del río . La construcción militar amurallada construida por los austríacos a mediados del XIX, sirvió también como último baluarte de resistencia a los soldados alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Pero lo realmente impresionante son las vistas que, desde el ascenso por el parque que rodea la propia ciudadela, se tienen del conjunto de la ciudad de Pest.


El descenso nos lleva justo hasta el famoso Hotel Géllert, espléndido edificio modernista con un maravilloso balneario al que no se puede acceder por encontrarse en obras todo el inmueble, del que se adivina el lujo aún tras los andamios. Muy cerca están otros dos balnearios, que por su estado podríamos pensar abandonados, pero simplemente se trata de ese estado decadente en que se encuentran algunas construcciones por falta de presupuesto, los coches aparcados ante la entrada y el flujo de usuarios nos demuestran que funcionan, y a pleno rendimiento.

Entramos a comer en un restaurante que, desde este lado sombrío de la calle no tiene un acceso muy favorecido, a desnivel tras la modificación de la rasante de la calzada, pero tras un pasaje interior por esta antigua construcción, desembocamos en un estupendo patio interior sobre el que se alzan un par de enormes árboles, habilitado como terraza del propio local, la comida no ha desmerecido del propio marco de este emplazamiento privilegiado. Al salir descubrimos que se trata de un local con dos caras, el frente a la otra calle tiene una terraza exterior soleada y atestada de clientes (la antítesis de donde acabamos de estar sentados).

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