jueves, 21 de mayo de 2009

El Parque de las Estatuas. (Memento Park)

Tras la caída del comunismo, la recuperación de las heridas de la memoria llevó a la retirada de cualquier símbolo que hiciese referencia a ese período en el paisaje urbano de la ciudad (lo que se podía borrar, porque las viviendas no se les ocurrió que fuesen sustituibles, tenían gente dentro y quizá no sabían que hacer con ella), así que iniciaron una campaña que descabalgaba de sus pedestales a todas las estatuas de los héroes y personajes ilustres de esa época revolucionaria o revolucionada, algo que a nosotros también nos suena respecto a otro período de nuestra historia. Alguien tuvo entonces la idea de reunir todas esas esculturas que presidían, hasta entonces, espacios urbanos significativos dentro de la ciudad y acumularlas en una especie de parque temático al aire libre, este hecho, que parece tan simple, ha resultado ser una aventura singular dentro del antiguo bloque de la Europa del Este y se ha convertido en una atracción turística más de la ciudad.
Después de comer caminamos con prisa porque sabíamos que había un último autobús de tarde (a las 15 horas, o sea tardísimo) que nos llevaba hasta ese parque de las estatuas, tras localizar un punto de información turística nos dicen que, efectivamente, sale de esa gran plaza que es a la vez una estación de autobuses por la cantidad de paradas que recorren todo su contorno, vamos leyendo todos los indicadores, al filo del minuto de salida, y ninguno de los vehículos señala que lleve a ese lugar, damos una segunda vuelta fijándonos más y, en ese momento, el conductor de uno que está a punto de salir, probablemente adivinando, tanto nuestro despiste como nuestras intenciones, coloca en el frontal el cartelito que pone Memento Park, subimos y pedimos los billetes, que incluyen la entrada, a la chica que hace de guía o asistente del conductor, están ya casi todos los asientos ocupados por turistas.
Nada más arrancar suenan por los altavoces esas marchas o canciones inflamadas de fervor de la época, cantadas por un coro de hombres, para entrar en ambiente, el autobús parece proceder también del mismo período histórico, entre los atascos que va salvando por carriles en los que siempre algún turismo con matrícula foránea obstaculiza la circulación y el esfuerzo que al motor le cuesta ya alcanzar unas mínimas prestaciones, el viaje se hace bastante largo pero constituye una experiencia única e irrepetible. Algún extranjero iluso manipula los mandos del aire acondicionado presuponiendo que algún día existió o que todavía, a estas alturas, pudiese funcionar. Tras unos veinte minutos de trayecto se llega a esta especie de museo al aire libre, ordenado con unos paseos en la hierba que van llevando a las distintas esculturas, incluye también una exposición muy interesante sobre las distintos movimientos de contestación interna que tuvo el régimen y la represión posterior, así como una proyección permanente, con subtítulos en inglés, acerca del sistema de vigilancia y métodos de control que se ejercía sobre la práctica totalidad de la población, a veces en tono divertido, demostrando como la paranoia de la vigilancia constante o el sentirse constantemente observado, hace ver cosas donde no las hay.
Una cita con la novia a escondidas de la familia podía ser un inicio de una conspiración secreta, la llamada oficial del servicio de salud para un chequeo rutinario permitía a un agente entrar en tu domicilio previo hurto y copia en molde de plastilina de tu propia llave cuando te hacían desnudarte para someterte al examen médico, ciertas instrucciones indicaban los lugares donde resultaría habitual esconder material comprometedor (a veces eran simplemente condones, por ejemplo), por su parte, la ciudadanía, desarrollaba métodos de contraespionaje para saber si estaban siendo vigilados, tan sofisticados como los de los propios controladores, colocar un pelo o un trocito de papel en alguna parte de la puerta cuando se salía de casa hacía posible saber si alguien había entrado... Pero la triste realidad, como conclusión de toda esta película y si se siguen los paneles explicativos de la exposición, es que todo esto ha provocado mucho sufrimiento, una tristeza infinita y una gran cantidad de gente a la que se ha privado de vivir, a veces, incluso, en el sentido literal de la espresión.
Volviendo al parque y tras meterme en un Trabant destartalado que tienen para disfrute de los visitantes, aunque un par de jóvenes con aspecto alternativo o antisistema parecían entender que era de su propiedad (algo que seguro forma parte de las cosas que hay que abolir en su ideario) iniciamos el recorrido de la parte escultórica, propiamente dicha, del recinto.
Tengo que decir que, a nivel artístico, o de creatividad, hay de todo, mayoritariamente cosas muy malas a nivel formal, a veces de un realismo que casi causa pavor por su desmesura o expresividad, pero también alguna escultura cuyo valor podría trascender respecto a lo que representa.




Así que voy a evitar la imagen del gigante soldado soviético con esos ojos tallados con un inmenso punto en medio del iris que le proporciona una mirada terrorífica, rostro con el que imagino asociarían aquí los niños al hombre del saco. De la típica imagen de Lenin en la tribuna de orador, con la mano extendida hacia las masas, se cuenta que, durante una protesta de un grupo de trabajadores, apareció con un bocata en la misma, como tratando de decir que, menos predicar y más dar trigo (o pan en forma de bocata) cosa que causó un tremendo revuelo y la busqueda despiadada del gracioso que se había atrevido a tal ultraje.

Como curiosidad señalaré también que hay un grupo escultórico bastante penoso, en su conjunto, dedicado a las Brigadas Internacionales que combatieron en nuestra Guerra Civil, con los nombres de las principales batallas grabados en un bloque de granito. También resulta curiosa la tienda de recuerdos del museo, tanto con material histórico como con nuevos productos alusivos a ese tiempo, casi siempre más con un aire de burla que nostálgico.

El recorrido de vuelta en el autobús coincide con el regreso del fin de semana y se hace bastante más prolongado que el de ida, con constantes bocinazos para que desocupen el carril reservado al transporte público, tras varios intentos de retirar dinero en los cajeros de la Avenida Andrássy, algunos infructuosos por "fuera de servicio", caminamos a lo largo del río por última vez, hasta la estación. Hemos tenido que utilizar muy pocos billetes porque casi nunca había revisores pidiéndolos, quizá queden para otro viaje un año cualquiera.

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