Comemos en el sencillo restaurante que tienen instalado en una de las casas del museo, unos platos de esa pasta hecha de forma artesanal y que se acompaña con queso de cabra, col y otras guarniciones. Toda la visita la hemos hecho con mucha tranquilidad, había poca gente, todos eran eslovacos, ningún turista extranjero.
Salimos de nuevo a la carretera para visitar Spania Dolina, algo así como el valle de España en la traducción, aunque nadie sabe por qué tiene ese nombre. Es una antigua población minera, encajonada justo al pie de la montaña, donde ya desde el siglo XIII se extraía cobre, desde cada casa, se entraba a los pozos de la mina, ahora hay bastante turismo interno y suelen alquilar habitaciones, la gente está muy acostumbrada ya a vivir de los visitantes y te saludan al pasar.
La llegada al pueblo, donde remata la carretera, se hace según una gran plaza, la única parte plana del mismo y que es el resultado de la acumulación del material de deshecho que se iba extrayendo de las minas, en ella la parada del autobús, una arboleda o pequeño parque y el monumento a los mártires de la resistencia contra los nazis, Eslovaquia tiene el orgullo de ser uno de los países donde más gente se echó al monte y que perdió buena parte de sus jóvenes fusilados por embarcarse en esa aventura patriótica.
El pueblo conserva minas antiquísimas y los restos de un acueducto que transportaba el agua desde un punto situado a más de 30 km. para introducirla a presión y conseguir separar el mineral aprovechable cuando la explotación ya empezaba a no ser rentable si no se utilizaban nuevas técnicas de ingeniería en el proceso de extracción. También es famosa por la elaboración artesanal de encajes de bolillos, una de esas cosas de las que tanto presumen algunos como autóctonas y que acabamos encontrando, con igual o mayor antigüedad, en un montón de países de la vieja Europa.
Resulta muy curioso el emplazamiento de la iglesia, dominando el valle, y la impresionante escalinata cubierta que lleva a ella desde la plaza en un solo tramo y sin descansillos. El dibujo de un cartel indicador, en el que se señalan varios itinerarios de visita, permite apreciar la estructura general de la localidad y su relación con el paisaje montañoso que la rodea.
De regreso al bungalow, pasamos por un punto en el que se anuncia una cueva que parece tener gran interés, sin embargo, la visita se indica que exige una hora más el itinerario de aproximación, con lo que vamos justos ya para la hora de cierre y sin ropa de abrigo para soportar la temperatura que pone en el cartel. Renunciamos y seguimos el trayecto de retorno.
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