Pero veinticinco quizá empiezan a ser algo, sobre todo porque, como tú dices, entonces éramos mucho más jóvenes. Era el año 1985, las cosas empezaban a cambiar en el bloque del Este y, sobre todo, en Yugoslavia, que siempre había seguido un camino algo peculiar, más abierto a occidente, sin que los jerarcas soviéticos se atreviesen a enmendarle la plana al mariscal Tito, recién desaparecido por esas fechas, pero todavía en el recuerdo. Acababan de celebrarse unos Juegos Olímpicos en Sarajevo y, aquí, coyunturalmente estábamos también en crisis y ambos en paro, pero guardábamos celosamente esos ahorros "para las vacaciones" de las que nadie nos podía privar, sustraidos a lo que otros invertían en cafés y salidas nocturnas, no sin cierto sacrificio.
Fue nuestro primer viaje a un país del bloque comunista, o algo así, con un Renault 4 de color verde que ya había recorrido lo suyo por todo el resto de Europa, en un tiempo en el que no existían los teléfonos móviles, los ordenadores portátiles (tampoco los de sobremesa, tal como ahora los entendemos) ni los navegadores por GPS, un tiempo en el que el aire acondicionado del vehículo lo ponían las ventanillas abiertas, un tiempo en el que cruzar España desde el Noroeste costaba Dios y ayuda, con etapas habituales en Nájera, Irún, Jaca u otras localidades entre esas citadas si la carretera se ponía difícil.
Las cosas han cambiado mucho desde entonces, no solo aquí, sino también allí. Lo que era un país, quizá unido por un pegamento de escasa calidad, se ha convertido en siete, no sin un doloroso interludio, vergonzante para todo el resto de esa Europa en la que se enlcava, de odios, guerra, muerte y limpieza étnica, tan cerca del ayer y el hoy como que fue entre los años 1992, (con las Olimpiadas celebrándose por primera vez en nuestro país) y 1995, mientras todos mirábamos hacia otro lado, como si la masacre no nos tocase a las puertas de Italia, Alemania o Austria.
Quizá por eso este viaje, más que una descripción de los lugares, como venía siendo habitual, más que descubrir sitios, va a ser un diario del ayer y el hoy, un viaje sentimental o un mapa topográfico no tanto de lo que se ve, como de lo que se percibe allá en el interior de cada uno, un recorrido por un lugar donde el conflicto todavía no ha cicatrizado sus heridas, la percepción de lo difícil que resulta convivir cuando los mensajes políticos solo profundizan en las diferencias, en las identidades personales o colectivas. Quién sabe si no será algo a lo que también a nosotros nos están acostumbrando sin que apenas nos demos cuenta.
El viajero siempre aprende algo en cada trecho recorrido y, viajar, suele ser el mejor antídoto contra los nacionalismos, palabra que, hasta ahora, solo ha dado lugar a muertes y genocidios como solución final, mientras no se demuestre lo contrario, que hay quien, a estas alturas, cree que todo es un invento de la propaganda antifascista. Hace tiempo que, a nosotros, el camino nos ha enseñado el valor de todo aquello que nos une al resto de la Humanidad, algo en lo que no creen algunos dirigentes mundiales, empeñados en fijarse en los escasos cromosomas que nos diferencian del mapa genético del chimpancé, en vez de mostrarnos aquellos que nos equiparan con él, que son muchos más, pese a milenios de cultura y vida en comunidad.
El viaje va a ser también a la antigua usanza en muchos aspectos, debido sobre todo, a una serie de imprevistos que tienen mucho que ver con nuestra manía de decidir siempre a última hora, justo la semana antes, hacia donde vamos a dirigirnos en vacaciones. Las consultas con mi gurú Internet me revelaron que no compensaba añadir a los países que ya tengo en el mapa del navegador los de la antigua Yugoslavia, ínfimamente cartografiados en su parte urbana si se exceptúa Croacia o Eslovenia, tampoco lo era cambiarme a la marca de la competencia, que si los vende a través de una página búlgara. Es cierto que una editorial austríaca tiene un cuadernillo con los mapas de carreteras a escala 1:200.000, esa de detalle que nos gusta manejar para poder llegar a todas partes, pero solicitarlo en la web casi garantizaba, dado lo reducido del plazo, que no llegaría a tiempo para nuestro día de salida.
Lo mismo puedo decir de las guías de viaje, solo una edición en inglés de Lonely Planet abarca todo el ámbito de los Balcanes con cierto rigor y extensión, pedirla con tan poco margen tampoco aseguraba la posibilidad de hacerse con ella a tiempo. Así que la información previa va a ser mínima en cuanto a datos actualizados, el tradicional mapa Michelin de carreteras a escala 1:1.000.000, en el que apenas aprecio diferencias respecto a la edición antigua que usé en ese primer viaje, la antigua guía del trotamundos, otro manual editado por entonces y con muy mala composición y diseño gráfico pero con valiosas indicaciones acerca de itinerarios, así como la actual guía 3D de Croacia y otro librito sobre los Balcanes bastante pobre y desfasado en algunos datos.
Todo esto garantiza el constante recurso al método de la prueba y el error, las más que probables equivocaciones en ruta y la elección del infalible sistema de que "preguntando se llega a todas partes" en el que el mejor idioma para comunicarse no es ese inglés de andar por casa que todos los no británicos entendemos, sino la buena voluntad de las gentes, algo que todavía abunda mucho en esos países que, a menudo, despreciamos por ser más atrasados que nosotros, olvidando que, en un pasado no tan lejano, nosotros estuvimos en esa misma situación respecto al turismo foráneo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario