Decía nuestra guía que era ésta una ciudad volcada en la fabricación de calzado, pero, de nuevo, parece un dato inexacto, desde la ruptura de la antigua Yugoslavia, lo de los trabajos con el cuero ha sufrido, igual que la mayor parte de las manufacturas, un tremendo bajón, llegamos, además en un mal momento a Trzic.
La calle principal del casco antiguo, que como casi siempre es una plaza donde se celebra el tradicional mercado, Trg svobode, está recién urbanizada y ha mejorado mucho su aspecto, pero su prolongación, Koroska cesta, todavía se encuentra en pleno proceso de adaptación, las zanjas abiertas y el pavimento levantado de las obras dejan todo convertido en un barrizal pues, nada más llegar nosotros, ha empezado a llover.
Hemos tenido tiempo de hacernos con un folleto y plano en la oficina de turismo, justo antes de que la luz natural empezara a disminuir de forma brusca y del cielo encapotado comenzase a caer un intenso chaparrón que ha hecho desaparecer de las terrazas a los pocos lugareños que las estaban disfrutando con su cerveza. Justo cuando estábamos llegando al museo de la ciudad, la cosa empeoró y tuvimos que guarecernos en el portal de acceso a una vivienda, junto a la cama del perro que, por suerte, no la estaba utilizando, ya ni el paraguas nos servía. En unos minutos, de los canalones empezaron a bajar auténticas riadas de agua, pero también tras un breve lapso, el aguacero disminuyó hasta una ligera llovizna.
Bajo esa llovizna apenas perceptible, hemos recorrido la población por su casco antiguo, arracimado bajo las laderas y junto al cauce del río, echando un vistazo a las curiosidades que se citan en el folleto turístico. Es esta un de esas localidades casi secretas o por descubrir que, sin duda mejorará mucho cuando rematen la nueva pavimentación en granito, lástima que la rudeza del clima obligue siempre aquí a hacer las obras en verano.
Parece que la apariencia actual de las edificaciones guarda una relación directa con las medidas a doptadas tras un grave incendio sufrido en el año 1811. Aunque se conservaron fachadas medievales o clasicistas con invariantes característicos de esta localidad, una norma posterior al incendio, obligó, entre otras cosas, a proteger puertas y ventanas con contras exteriores de acero.
Habitualmente, las portadas de los inmuebles tienen un rosetón en la clave y la fecha de construcción o las iniciales del propietario. La iglesia parroquial y la de San José sobresalen con sus campanarios sobre los tejados, aunque desde una visión lejana también lo hace alguna torre de viviendas.
Somos los únicos paseantes que recorren las calles de la ciudad, en determinado momento se nos ha unido el coche de un vecino que pretende atravesar el barrizal con el vehículo hasta la puerta de su casa, al final desiste y deshace todo el camino andado marcha atrás.
Seguro que esta ciudad, protegida como monumento histórico desde el año 1985, afronta ahora tiempos mejores y, en un futuro no muy lejano, puede que se beneficie de nuevo de su condición fronteriza y de su localización como lugar de paso. Nos alegramos de haberla conocido antes de que eso suceda, pese a las molestias de las obras.
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