viernes, 27 de agosto de 2010

Bed y su lago



El cuatro de Agosto de 2010 iniciamos una pequeña excursión por los Alpes Julianos, al borde del Parque Nacional del Triglav. Vamos a saltarnos un poco las maravillas naturales, que son muchas y exigen un disfrute pausado, largas caminatas o paseos en bicicleta, pues no tenemos vacaciones para tanto y concentrarnos en los núcleos de población, que siempre revelan más lo modelado por el hombre en ese abrumador paisaje de montaña.


Bled es una pequeña localidad turística, centro hotelero y balneario, donde todo está pensado para acoger a los visitantes que, en esta época son muchos, incluso demasiados. Quien tiene una casa al borde de la carretera tiene un tesoro, un tesoro en forma de café, tienda, restaurante y aparcamiento de pago o al servicio exclusivo de los clientes, el resto de las cunetas está convenientemente balizado con bolardos, no tanto para proteger el caminar de unos peatones inexistentes como para evitar que se aparque sin cobrar.


Hasta la carretera, que atraviesa la localidad en un embotellamiento constante, llega el bullicio de los turistas que se apelotonan en las tiendas de recuerdos, las terracitas de los cafés o las concurridas calles que se dirigen a la orilla del lago.


Es el lago de Bled su principal atractivo, por el panorama que se abre bajo las altas cumbres de los Alpes como fondo, una verde isla en medio de la lámina de agua con la torre de la iglesia apuntando al cielo y, algo más lejos, casi colgado al borde de una roca prominente, el castillo que el emperador alemán Enrique II cedió a los obispos de Brixen (o Bressanone, como le llaman en Italia a esta otra preciosa localidad entre dos aguas, entre dos países). A estas horas de la mañana, para quienes no madrugamos han resultado infructuosos varios intentos de encontrar un sitio para aparcar, seguimos carretera bordeando el lago hasta que llegamos al punto donde parece acabarse. Allí hay un aparcamiento, cerca del cámping del lago, con muchas plazas libres. Se nos acerca el vigilante y nos dice que hay que pagar 8 euros "pero eso es mucho", le contestamos en inglés, "es la tarifa por todo el día", responde él, también en inglés, "ya, pero nosotros solo queremos estar una hora, como máximo, para acercarnos a la orilla del lago". "No price for hour" (esto lo entiende todo el mundo) "estupendo, pues entonces, nos vamos".


Y es que el lago está muy bien para dar largos paseos, de esos de las maravillas naturales, a pie o en bicicleta, también para sentarse en una terraza, que hay muchas, o tomar un barquito tras hacer cola junto a un montón de gentes venidas de otros tantos lugares del mundo, pero no era esa nuestra intención. Es una lástima que no se ofrezcan más posibilidades imaginando su baja rentabilidad, muchas veces uno gasta el dinero en aquellos sitios que le resultan placenteros, no donde intentan exigírselo como si fuese una tasa obligada.



De cualquier forma, no iba a dejar de hacer una foto al lago, su isla y su castillo, aunque no sea desde el mejor punto de vista, para dejar constancia de su excepcional belleza, hemos parado el coche delante de un acceso a una vivienda un minuto sin que nadie se haya enterado.

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