Esta pequeña ciudad, de algo más de 30.000 habitantes, tiene el orgullo de ser la más antigua de Eslovenia, un recinto de carácter medieval irregularmente extendido a los pies de la colina donde se alza el castillo (Ptujski grad) y al borde del ancho cauce del río Drava que, no muy lejos y como se aprecia en el horizonte, forma aguas abajo un amplio lago artificial, creado en los años setenta para abastecer a una central hidroeléctrica y que ahora se disfruta también como lugar de recreo, para la pesca o los deportes náuticos.
Al llegar hemos aparcado en un espacio arbolado con parquímetros frente a la fachada del hotel Poetovio (la denominación latina de Ptuj) y, tras acercarnos a la oficina de turismo y dar un primer paseo por el centro histórico buscando un lugar para comer, sin mucha fortuna, volvemos sobre nuestros pasos para hacerlo en la terraza del hotel junto al que tenemos el coche, donde hemos visto que lo hace gente que parece vivir o trabajar aquí en la ciudad. Muy cerca tenemos la estación del ferrocarril y podemos ver pasar los trenes asomando por encima de un seto. Pedimos el plato especial de la casa par dos personas, junto con una ensalada, nos han abrumado con el surtido de carnes a la parrilla (ternera, milanesa de pavo, pljeskavica, variedad de salchichas, filete de cerdo, brocheta de pollo) y su acompañamiento (paprika amarilla, cebolla, tomate, patatas fritas, champiñones en vinagre, pasta de pimiento, salsa de mostaza), tenemos que hacer un supremo esfuerzo para acabarlo.
Después de comer, pasamos por delante de una bodega donde comercializan los vinos de la zona, está todavía cerrada, y aparecemos de nuevo en la Minoritski trg, ensanchamiento triangular a modo de plaza de la calle longitudinal (bajo la colina del castillo) que articula toda la vida del centro histórico (la Presernova ulica). La plaza toma el nombre del monasterio minorita que allí se encuentra, al lado de la Torre de la Ciudad, ahora pequeño museo, del monumento a Orfeo y del Ayuntamiento. Todo ello enmarcado por un armonioso conjunto de coloridas fachadas barrocas. En el otro extremo de la calle, otro monasterio, el Dominikanski samostan.
Por unos estrechos pasajes laterales de esta calle principal, se inicia el ascenso al castillo, ahora convertido en museo municipal, que tras las reformas renacentistas y barrocas tiene más el aspecto de noble palacio austrohúngaro y hace pensar en ciudades como Salzburg o Krakow.
Subiendo se disfruta de unas hermosas vistas sobre los tejados de la ciudad antigua y el entorno del río, con el gran lago artificial de fondo.
Sigue haciendo bastante calor (estamos en todos los lugares del recorrido a más de 30 o 35 grados) y la vista de la lámina de agua refresca un poco el ánimo tras el ascenso, que tampoco es mucho.
Tras un recorrido breve por el patio del castillo, volvemos a descender hacia las calles de la ciudad a través de otro de los estrechos pasajes sombríos que forman las fachadas encajadas en la pendiente.
La fachada de otro de los hoteles de siempre de esta ciudad, recién pintada, muestra lo fácil que resulta en estas ciudades realzar un frente urbano, basta reparar los desconchados y acertar con la combinación de dos tonos, claro y oscuro resaltando los huecos. Si por añadidura se escoge en consonancia la floración de las jardineras en las ventanas, el resultado ya es espectacular.
Ptuj es famosa por sus vinos, cultivados en las laderas soleadas que se abren al valle del Drava y también por sus carnavales. Especialmente conocido en la región es el de la localidad de Kurent, cuyas máscaras, vistas en una fotografía, nos recuerdan a esas otras de algunos pueblos de Alemania o de nuestra tierra, tan antiguas y arraigadas en la tradición rural.
Volvemos al aparcamiento junto al hotel donde hemos comido para continuar la excursión en dirección a Maribor.
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