viernes, 27 de agosto de 2010

Radovljica



Desde Bled, deshacemos camino y volvemos a Lesce, todo esto en un puñado de kilómetros tan solo, y desde ahí, muy próxima en dirección sur, está Radovljca. En nuestro primer encuentro con las zonas de aparcamiento de pago tenemos ciertos problemas con el idioma, no sabemos por cuanto tiempo se puede dejar el coche ni si es una zona reservada, en la señal y los parquímetros todo está solo en esloveno.



Dejamos el coche algo más lejos, donde no se cobra y entramos por esa zona donde la ciudad antigua se une a la nueva, pasando ante comercios y bares.


La ciudad antigua es el auténtico tesoro de Radovljica, un pequeño rectángulo murado irregular, con una calle longitudinal interior. Junto a ella, un pequeño parque ante un hotel, una avenida arbolada lateral es lo que queda de un antiguo pasaje de un jardín barroco, en el centro, el tan habitual monumento a los caídos de la zona en la II Guerra Mundial.



Casi cada edificación de la calle-plaza central (la Linhartov trg, dedicada a Tomasz Linhart, escritor e historiador del s. XVIII que nació en una de ellas) es una pequeña joya arquitectónica, prácticamente todas lucen con su exterior rehabilitado, pintadas en vivos tonos pastel amarillentos, verdosos, azulados... y se han ido convirtiendo en pequeños hostales o bares con terraza, aunque recibe turismo, no agobia tanto como en Bled, localidad que, si exceptuamos el lago, no tiene tampoco gran cosa que ofrecer (muchos chalecitos o villas y hoteles). En la oficina de turismo ofrecen un bonito folleto en el que han dibujado los frentes de las casas hacia la plaza, con una breve reseña acerca de las de mayor interés, destacan, entre otras, la larga fachada de lo que fue castillo de los Ortenburg, la Vidiceva hisa, palacio renecentista, y la Sivceva hisa, una casa gótico-renacentista con su interior muy bien conservado y que luce un gran fresco en medio de su fachada.








Al fondo de la calle, donde más se ensancha para ser plaza, en un recodo de la muralla, la iglesia de San Pedro (Cervek sv. Petra) y el Presbiterio, formando un recinto de respeto delantero donde se alzan unos cuantos árboles bajo los que sentarse a la sombra.


El el otro extremo, lo que se dice es el único foso de defensa medieval conservado totalmente en el país, que no es lo que entendemos habitualmente por foso (un espacio rehundido, habitualmente anegado para hacer más difícil el acceso a los muros, sino una especie de pasadizo abovedado antepuesto al perímetro de la muralla, supongo que para desplazar o manejar el armamento a cubierto de los ataques enemigos.

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