martes, 31 de agosto de 2010

Maribor



A Maribor llegamos justo cuando empieza a caer la tarde, aparcamos tras cruzar el puente Titov most, en la Presernova ulica, después de hacer un giro hacia el centro que desemboca en una calle cortada por obras de reurbanización, justo en el borde del núcleo histórico peatonalizado. Es la hora en que acaba de terminar el tiempo de pago con parquímetros y, como ya intuiamos y nos explica amablemente un joven que pasaba por allí, en inglés, al ser viernes tarde, podríamos estacionar el vehículo en esta misma plaza hasta la mañana del lunes sin meter ni una sola moneda.
Es ésta la segunda ciudad en importancia del país, después de la capital, con unos 130.000 habitantes, se ha beneficiado siempre de su situación como cruce de caminos y, en particular, experimentó un fuerte desarrollo a partir de 1846, cuando se estableció la conexión ferroviaria dentre Viena y Trieste.




También como otras muchas localidades clave del imperio austrohúngaro, en es punto donde se confunden las fronteras de diversos territorios, paso de unas manos a otras con cierta frecuencia y no sin notables sufrimientos. La población germana expulsó a la local tras la ocupación y, a su vez, los alemanes fueron expulsados tras el final de la guerra en 1945. Desde hace ya tiempo es un importante centro para el circuito competitivo de los deportes de invierno y se prepara para celebrar la vigésimasexta Universiada de Invierno en 2013. Junto con Ptuj, será también capital europea de la cultura en 2012. Todo un conjunto de buenos augurios para los que se está renovando con esmero.



Es también una importante sede universitaria, cosa que se hace sentir en su ambiente urbano, no solo por la presencia de edificios docentes, sino también por la de estudiantes y sus, aquí, inevitables bicicletas, que comparten espacio con el peatón, en ocasiones con cierto riesgo para los incautos viandantes como nosotros, acostumbrados a la segregación natural de ambos tráficos.




El conjunto urbano se emplaza en un amplio valle drenado por el curso del río Drava, la ciudad antigua al Norte y, la moderna, en su mayor parte, al Sur, huyendo de las fuertes pendientes de las montañas de la sierra de Phorje, que delimitan esa localización, componiendo un hermoso marco ambiental y facilitando el acceso a esa agreste naturaleza a sus habitantes, a tan solo unos escasos minutos del centro.





La ciudad histórica gravita en torno a la Glavni trg, plaza de desembocadura del puente viejo y tradicional puerta de entrada a la ciudad, su recinto se funde en armonía con los primeros ensanches decimonónicos y con algunos edificios institucionales, culturales o universitarios, pasando a convertirse en una sucesión de chalecitos más al esterior, donde la montaña hace sentir su presencia en la topografía. Al otro lado del río, sobresale la silueta del Europark, un moderno gran centro comercial, con sus cubiertas cónicas acristaladas, una de esas nuevas catedrales del consumo.



Quizá sea por la hora a la que hemos llegado, o por su menor tamaño también, pero Maribor, menos atosigada por el turismo, nos ha parecido una ciudad más habitable y doméstica que Ljubljana, menos parque temático y con más verde público en su centro. Aunque se ve que también tiene su zona de copas y cafés, que ahora comienza a despertarse para abrir paso a los noctámbulos.



La oficina de turismo está en un pabelloncito de vidrio sobre una plaza muy bien acondicionada, delimitada por la iglesia de los Franciscanos, bastante cerca de donde hemos dejado el coche y en uno de los puntos desde donde se puede iniciar el recorrido por la zona peatonal del casco histórico. El castillo de la ciudad (Mestni grad) y una antigua bodega están también muy próximos.



El Ayuntamiento y la, tan frecuente, columna de la peste, están en otro encadenamiento de plazas, en la Rotovski trg, desde allí, hay un paso hasta la catedral (Stolna cerkev) con su fachada orientada hacia un espacio libre ajardinado, entre plaza y parque, cuyo frente principal cara a cara con el de la catedral, lo completan el Teatro y la Facultad de Medicina. Justo a las puertas de la catedral nos ha sorprendido una fuerte tormenta con su copioso aguacero, hemos corrido a guarecernos bajo la portada. Hace muy poco que acaban de cerrar el acceso público a la torre, desde donde dicen que hay unas vistas impresionantes sobre el conglomerado urbano y su entorno.



Hemos bajado desde uno de los puentes, por una escalinata llena de recovecos, hasta el amplio paseo verde que bordea la orilla del Sava, donde se camina a salvo de las bicicletas, hasta una antigua torre de la muralla, la Vodni stolp, otra vez la torre que limita con el agua, ahora convertida en bar con terraza, justo por encima, donde acaba la ciudad, la antigua Sinagoga.


Al otro extremo, los restos de otra de las torres de esquina en lo que fue el rectángulo murado, a medio camino entre ambas, otra de las curiosidades de Maribor, la casa de la Stara trta, la cepa de vid más antigua del mundo, documentada su existencia en este mismo lugar desde hace, al menos, 400 años.


La rehabilitada casa de la Stara trta es ahora un pequeño museo, sala de catas y venta de vino, dedicada a esta cepa y, en general, a los vinos de la región, un bonito recinto acondicionado con gran sencillez y un acertado uso de la reducida selección de materiales y colores. Cada año, la vendimia de la parra adosada al inmueble, se convierte en un importante acontecimiento ciudadano, la reducida cosecha da lugar a un vino embotellado en unas botellitas especiales que se ofrece a importantes personalidades de relevancia mundial, el emperador del Japón entre ellas, y una parte menor se pone a la venta, imagino que para afortunados y caprichosos clientes con posibles.


Para quien tenga más tiempo y horas de luz natural, conviene no perderse un paseo por el Mestni park, amplio parque urbano que conecta a la ciudad vieja con la naturaleza de su entorno o el renovado estdio Ljudski, con su ondulante cubierta blanquecina, eje de toda esa amplia zona deportiva remozada para los juegos universitarios de invierno.

Ptuj


Esta pequeña ciudad, de algo más de 30.000 habitantes, tiene el orgullo de ser la más antigua de Eslovenia, un recinto de carácter medieval irregularmente extendido a los pies de la colina donde se alza el castillo (Ptujski grad) y al borde del ancho cauce del río Drava que, no muy lejos y como se aprecia en el horizonte, forma aguas abajo un amplio lago artificial, creado en los años setenta para abastecer a una central hidroeléctrica y que ahora se disfruta también como lugar de recreo, para la pesca o los deportes náuticos.



Al llegar hemos aparcado en un espacio arbolado con parquímetros frente a la fachada del hotel Poetovio (la denominación latina de Ptuj) y, tras acercarnos a la oficina de turismo y dar un primer paseo por el centro histórico buscando un lugar para comer, sin mucha fortuna, volvemos sobre nuestros pasos para hacerlo en la terraza del hotel junto al que tenemos el coche, donde hemos visto que lo hace gente que parece vivir o trabajar aquí en la ciudad. Muy cerca tenemos la estación del ferrocarril y podemos ver pasar los trenes asomando por encima de un seto. Pedimos el plato especial de la casa par dos personas, junto con una ensalada, nos han abrumado con el surtido de carnes a la parrilla (ternera, milanesa de pavo, pljeskavica, variedad de salchichas, filete de cerdo, brocheta de pollo) y su acompañamiento (paprika amarilla, cebolla, tomate, patatas fritas, champiñones en vinagre, pasta de pimiento, salsa de mostaza), tenemos que hacer un supremo esfuerzo para acabarlo.




Después de comer, pasamos por delante de una bodega donde comercializan los vinos de la zona, está todavía cerrada, y aparecemos de nuevo en la Minoritski trg, ensanchamiento triangular a modo de plaza de la calle longitudinal (bajo la colina del castillo) que articula toda la vida del centro histórico (la Presernova ulica). La plaza toma el nombre del monasterio minorita que allí se encuentra, al lado de la Torre de la Ciudad, ahora pequeño museo, del monumento a Orfeo y del Ayuntamiento. Todo ello enmarcado por un armonioso conjunto de coloridas fachadas barrocas. En el otro extremo de la calle, otro monasterio, el Dominikanski samostan.



Por unos estrechos pasajes laterales de esta calle principal, se inicia el ascenso al castillo, ahora convertido en museo municipal, que tras las reformas renacentistas y barrocas tiene más el aspecto de noble palacio austrohúngaro y hace pensar en ciudades como Salzburg o Krakow.



Subiendo se disfruta de unas hermosas vistas sobre los tejados de la ciudad antigua y el entorno del río, con el gran lago artificial de fondo.



Sigue haciendo bastante calor (estamos en todos los lugares del recorrido a más de 30 o 35 grados) y la vista de la lámina de agua refresca un poco el ánimo tras el ascenso, que tampoco es mucho.
Tras un recorrido breve por el patio del castillo, volvemos a descender hacia las calles de la ciudad a través de otro de los estrechos pasajes sombríos que forman las fachadas encajadas en la pendiente.



La fachada de otro de los hoteles de siempre de esta ciudad, recién pintada, muestra lo fácil que resulta en estas ciudades realzar un frente urbano, basta reparar los desconchados y acertar con la combinación de dos tonos, claro y oscuro resaltando los huecos. Si por añadidura se escoge en consonancia la floración de las jardineras en las ventanas, el resultado ya es espectacular.


Ptuj es famosa por sus vinos, cultivados en las laderas soleadas que se abren al valle del Drava y también por sus carnavales. Especialmente conocido en la región es el de la localidad de Kurent, cuyas máscaras, vistas en una fotografía, nos recuerdan a esas otras de algunos pueblos de Alemania o de nuestra tierra, tan antiguas y arraigadas en la tradición rural.

Volvemos al aparcamiento junto al hotel donde hemos comido para continuar la excursión en dirección a Maribor.

De Sobec a Celje



Un día a la semana hay espectáculo folclórico delante del resturante aquí en Sobec, donde permanecemos instalados y hemos tenido la ocasión de asistir a uno de ellos, con esos bailes regionales amenizados por la música del acordeón y la percusión pautada de los pies de los danzantes la tarima del escenario.


La salida del día siguiente, un seis de Agosto que amanece soleado y sin agua, tiene en sus previsiones visitar Celje, Ptuj y Maribor, cuya localización respectiva forma un triángulo al Norte de Zagreb y Ljubljana, fácilmente accesible por autopista. O eso parecía en un principio, porque las obras en el entorno de la capital de Eslovenia provoca siempre un impresionante atasco en el punto donde los dos carriles acaban convirtiéndose en uno.


Salvo ese inconveniente, llegar a Celje no es difícil, tampoco lo es aparcar en cualquiera de las zonas de pago, incluso en pleno corazón del casco antiguo, donde pretenden hacerlo, juntas, dos enormes autocaravanas italianas, al final han colapsado la estrecha calle y uno de los conductores de las mismas ha tenido que dirigir, pie a tierra, las maniobras de la otra para poder despejar el lugar. Tenemos la suerte de aparcar frente a un edificio singular, parece como si el coche quedase a la puerta de nuestro palacio clásico. Y de frente, el parque junto al río, bastante animado a estas horas por el flujo de gente que pasea, reposa o hace deporte. Al otro lado del río Savinja, la iglesia de Santa Cecilia en un alto, con una escalinata protegida por cubierta a dos aguas, algo que ya hemos visto en algún lugar de Eslovaquia, también de rudos inviernos. Más en la lejanía, la silueta de antiguo castillo, Grajski Hrib.

Celje es una ciudad media, la tercera en número de habitantes de Eslovenia, por eso el crecimiento esterior y las nuevas edificaciones del centro histórico, sobre todo las del primer período después de la II Guerra Mundial, han roto un poco la unidad ambiental del conjunto que, pese a ello, mantiene el interés para una pausada visita. El turismo no es todavía muy significativo y se puede recorrer con bastante tranquilidad.


Al entrar en la oficina de turismo, dos mujeres hacen una pregunta indiscreta a la chica que las atiende en un lamentable inglés, quieren se les responda si resulta seguro dejar el coche aparcado en la calle, la chica ha hecho como si no entendiera, cuando salen, oigo como dice una a la otra: "P'a mi qu'esta tía no m'ha entendío, o yo m'he'splicao mú mal o s'ha hecho la tonta. Mucho ne, ne, ne, pero no m'ha contestao ná".


¿Qué se debería responder en España ante similar pregunta? Pues no hija, mejor no lo dejes en la calle, en la primera hora te romperán la luna para afanar en el interior, si lo dejas todo un día en el mismo lugar, la mañana siguiente te lo encontrarás sin ruedas. Es algo que ha podido pasarle a alguien en cualquier lugar, a veces, ciertos compatriotas hacen turismo por el mundo exhibiendo el pecho enchido de aire y con un sublime sentimiento de superioridad, de país que todo lo puede, sin darse cuenta de que ciertos comentarios pueden herir la sensibilidad de quien habita en otros, gentes que, muchas veces no tienen nada que envidiarnos en humanidad o valores. Puede que haya sido solo casualidad o fortuna pero, en todos los años que llevamos viajando en coche por el Este de Europa, jamás nos ha pasado nada en el coche cuando lo hemos dejado en la calle.
Celje ocupaba un lugar privilegiado en la antigüedad, entre la confluencia de los cauces del Savinja y el Voglajna, un enclave estratégico con murallas que cerraban un recinto rectangular, apoyándose en la barrera natural de los dos ríos como protección adicional. Hoy, sobre el borde del Voglajna discurre el ferrocarril, una infraestructura que fundamentó sus primeros desarrollos de la etapa industrial y el bonito edificio de la estación decimonónica marca el límite de crecimiento de la ciudad moderna.




Hemos entrado en la estación, porque siempre sorprende lo bien conservados que suelen estar por aquí sus interiores clasicistas de mármoles y maderas, la continuidad en el uso y una cierta desafección respecto a las renovaciones que tanto conocemos, convierten a estas construcciones en una especie de joya con un interior accesible.


Desde sus orígenes, el casco antiguo presenta cierta regularidad, con grandes manzanas alargadas, algo que facilita mucho la orientación y el paseo por sus calles, varias de ellas peatonalizadas, buscando sus principales monumentos entre un tejido urbano que, no siempre es uniforme, pero que transita entre las diversas épocas históricas con la habitual compañía de los variados tonos pastel de sus fachadas.


Algunas construcciones singulares se nos acercan más en el tiempo, como el edificio del Ayuntamiento, donde está la oficina de información turística, o la Ljudska posojilnica, una especie de banca popular o caja de ahorros (Ahora Banka Celje).


De lo más antiguo, quedan restos de la muralla, como la llamada Torre del Agua (Vodni stolp) que cerraría la ciudad por el lado del río, el hospital y capilla de Santa Isabel, el castillo de Abajo o la Abadia de San Daniel.

La Glavni trg, como en muchas otras ciudades, es casi más una calle irregularmente ensanchada que una verdadera plaza tal como la conocemos en la ciudad mediterránea, pero deja espacio para las animadas terrazas de los bares, ocupadas a cualquier hora en estos meses de verano, y a la columna de la Ascensión, con su figura principal de reluciente dorado, todo sobre un paseo adoquinado que lleva la vista, sin sobresaltos hasta, el campanario de la iglesia. Aunque queda por abordar una cierta mejora ambiental que retire tanto coche aparcado en el centro histórico, es Celje un lugar tranquilo y muy agradable, desde donde se puede llegar, con facilidad a otros destinos del mismo tipo, un sitio donde se agradece la facilidad para el paseo que proporciona su emplazamiento en un lugar prácticamente plano.



Por cierto, el coche lo volvemos a recoger intacto después de varias horas aparcado en la calle, solo un poco más caliente por el sol, algo que resuelve un rato de puertas abiertas y la puesta en funcionamiento del aire acondicionado. "No l'ha pasao ná", que dirían aquellas dos mujeres.

Trzic

Desde Kamnik, desandamos camino hacia nuestro emplazamiento en Lesce para visitar la pequeña ciudad de Trzic. La localización de esta ciudad, de poco más de 15.000 habitantes, está muy vinculada a un itinerario de paso que franquea los Alpes por el antiguo puerto de Ljubelj, aprovechando que, en ese punto, la impresionante altura de las cumbres desciende notablemente, quizá por eso, tanto la ciudad antigua, como la moderna, han tenido muchas dificultades para expandirse, recorriendo caprichosamente el escaso margen relativamente plano que deja el valle del río Trziska Bistrica.



Decía nuestra guía que era ésta una ciudad volcada en la fabricación de calzado, pero, de nuevo, parece un dato inexacto, desde la ruptura de la antigua Yugoslavia, lo de los trabajos con el cuero ha sufrido, igual que la mayor parte de las manufacturas, un tremendo bajón, llegamos, además en un mal momento a Trzic.

La calle principal del casco antiguo, que como casi siempre es una plaza donde se celebra el tradicional mercado, Trg svobode, está recién urbanizada y ha mejorado mucho su aspecto, pero su prolongación, Koroska cesta, todavía se encuentra en pleno proceso de adaptación, las zanjas abiertas y el pavimento levantado de las obras dejan todo convertido en un barrizal pues, nada más llegar nosotros, ha empezado a llover.

Hemos tenido tiempo de hacernos con un folleto y plano en la oficina de turismo, justo antes de que la luz natural empezara a disminuir de forma brusca y del cielo encapotado comenzase a caer un intenso chaparrón que ha hecho desaparecer de las terrazas a los pocos lugareños que las estaban disfrutando con su cerveza. Justo cuando estábamos llegando al museo de la ciudad, la cosa empeoró y tuvimos que guarecernos en el portal de acceso a una vivienda, junto a la cama del perro que, por suerte, no la estaba utilizando, ya ni el paraguas nos servía. En unos minutos, de los canalones empezaron a bajar auténticas riadas de agua, pero también tras un breve lapso, el aguacero disminuyó hasta una ligera llovizna.





Bajo esa llovizna apenas perceptible, hemos recorrido la población por su casco antiguo, arracimado bajo las laderas y junto al cauce del río, echando un vistazo a las curiosidades que se citan en el folleto turístico. Es esta un de esas localidades casi secretas o por descubrir que, sin duda mejorará mucho cuando rematen la nueva pavimentación en granito, lástima que la rudeza del clima obligue siempre aquí a hacer las obras en verano.


Parece que la apariencia actual de las edificaciones guarda una relación directa con las medidas a doptadas tras un grave incendio sufrido en el año 1811. Aunque se conservaron fachadas medievales o clasicistas con invariantes característicos de esta localidad, una norma posterior al incendio, obligó, entre otras cosas, a proteger puertas y ventanas con contras exteriores de acero.






Habitualmente, las portadas de los inmuebles tienen un rosetón en la clave y la fecha de construcción o las iniciales del propietario. La iglesia parroquial y la de San José sobresalen con sus campanarios sobre los tejados, aunque desde una visión lejana también lo hace alguna torre de viviendas.



Somos los únicos paseantes que recorren las calles de la ciudad, en determinado momento se nos ha unido el coche de un vecino que pretende atravesar el barrizal con el vehículo hasta la puerta de su casa, al final desiste y deshace todo el camino andado marcha atrás.



Seguro que esta ciudad, protegida como monumento histórico desde el año 1985, afronta ahora tiempos mejores y, en un futuro no muy lejano, puede que se beneficie de nuevo de su condición fronteriza y de su localización como lugar de paso. Nos alegramos de haberla conocido antes de que eso suceda, pese a las molestias de las obras.

lunes, 30 de agosto de 2010

Hacia Velika Planina



Desde Kamnik salimos en dirección a Velika Planina, como tenemos una guía de viaje tan pobre y sucinta, no sabemos muy bien que buscar, parece ser una estación de montaña muy frecuentada en invierno y que tiene la peculiaridad de ser el emplazamiento de unas características cabañas de pastores, enteramente construidas en madera, unas instalaciones que se dice todavía permanecen en uso en esta meseta de altura como base del desplazamiento de los rebaños hacia los prados de verano.


Hemos seguido las indicaciones de carretera al salir de Kamnik, pero en algún punto nos perdemos y aparecemos en un pueblecito de montaña, deshacemos camino y por fin encontramos la ruta, bordeando un río de montaña, la seguimos y acabamos donde remata la carretera, un pequeño hotelito alpino. No sabemos muy bien que buscar, una lástima no tener un portátil, porque en casa, una vez de regreso lo descubriré.


Aparte de tomarnos unos cafés en este agradable interior de madera del alojamiento de montaña, hay aquí un pequeño laguito que forma el arroyo de montaña y una capillita en un prado dedicada a la Virgen de Lourdes, donde se ha simulado la gruta utilizando piedras procedentes de muy variados lugares del mundo. Más tarde he averiguado que hemos estado muy cerca de una hermosa cascada y de las fuentes del río Kamniska, pero todo estaba un poco confuso en los paneles informativos. También en algún punto cercano había una curiosa cabaña de montaña construida a partir de un diseño de Joze Plecnik.



























Sabía que tenía que haber un funicular hasta Velika Planina, así que volvimos a desandar la carretera buscándolo, encontramos un gran aparcamiento pero no había en él más que dos coches y una señal para subir a pie, más de tres horas de ascenso, decía. Vemos los cables del funicular entre los árboles, pero no encontramos la estación de salida.

De vuelta a casa, mis consultas en Google Earth y otras exploraciones, me confirman que hemos estado justo al lado, pero no había nadie a quien preguntar y el funicular parecía no funcionar. Ahora sé que lo hacía a las horas en punto y hasta las ocho de la tarde, una lástima.

Siempre pasan estas cosas cuando uno viaja desorientado, pero, en ocasiones, como contrapartida, se tiene la oportunidad de descubrir lugares casi secretos que no aparecen en las guías.

Kamnik

Kamnik ya era una importante ciudad-mercado en la Edad Media, vinculada a la familia Andechs, condes bávaros que residían en ella y también a la leyenda de la princesa encantada Veronika, mitad serpiente y mitad mujer, asentó su núcleo inicial al borde del río Kamniska Bistrica, justo en el punto donde se le une el Nevljica, controlando este paso estratégico con sus castillos, el Stari Grad y Mali Grad (el antiguo y el pequeño, uno situado en la cima de una alta colina y el otro sobre loma menor en la propia ciudad.


Su posición, tendida en la llanura que bordea el cauce del río y con el telón de fondo de esas altas montañas, la ha permitido crecer de forma natural, expandiéndose en las direcciones de lo que debió ser un itinerario principal de paso, así es hoy una ciudad de algo más de 25.000 habitantes, con muchas nuevas casas unifamiliares y bloques de viviendas o incluso, su polígono comercial e industrial, algo que uno ni siquiera adivina cuando está inmerso en las callejuelas del casco medieval.





Hemos entrado con el coche por la calle Maistrova y aparcado en la explanada que está detrás del convento de los Franciscanos, al atravesar el puente llama la atención la Estación de Autobuses, esa gran infraestructura existente en todas las ciudades del antiguo bloque del Este, aquí camuflada bajo una gran cubierta de teja a dos aguas, como si se tratase de una construcción monumental más de la ciudad histórica.




Parece que ese recinto ovalado al otro lado del río, con una calle-plaza longitudinal y una sucesión de enlaces transversales en dirección al cauce (quizá también a un puente, como en la actualidad) hubiese desbordado muy pronto el cinturón de murallas, del que hoy solo queda, como vestigio, el Mali Grad, en una elevación que encierra también una pequeña capilla, de tal forma que la calle Sutna, más allá del castillo, se prolonga como un apéndice del propio núcleo concentrado, sin diferencias en el tipo de edificación.


Desde el Mali Grad, como siempre, llama la atención la unidad de cornisa del casco antiguo, resaltada por su posición sobre un terrreno bastante plano y el contrapunto en su silueta que proponen las edificaciones singulares, el convento, el castillo, la iglesia parroquial, la de Sv. Jozefa na Zalah.


Paseando nos llegó la hora de comer, no había muchos restaurantes en esta zona y, uno de ellos era una pizzería. No nos apetecía comida internacional, sobre todo de esa que uno encuentra cerca de casa, nada más bajar a la calle. Por eso acabamos internándonos en uno de esos callejones laterales que van hacia el río y que no suscitan gran interés entre los turistas, el cartel anunciaba un local a 50 m. y, allí estaba, con terraza y sombrillas hacia una placita irregular con su antiguo pozo. Con ese inglés que comparte media humanidad, hemos pedido lo que comerían habitualmente allí esos clientes de la zona, los que no son turistas y el hombre que hace a la vez de barman y cocinero, nos ha propuesto una magnífica ensalada y un variado de carnes al grill.


Tras la comida, otro recorrido arriba y abajo por la calle Sutna y el borde del río, nos hemos fijado en las lámparas que iluminan la calle, colgadas de un cable entre las fachadas de uno y otro lado, son botellas de plástico agrupadas por colores (verde, blanco traslúcido, transparente...) adheridas a una base en la que se acomodan las conexiones eléctricas y los portalámparas, un detalle de ornamentación y reciclaje en perfecta armonía.



Hemos decidido hacer el ascenso a la colina del Stari Grad a pie, por eso de hacer la digestión y porque disponíamos de tiempo. La subida se hace, por momentos un poco dura con este calor de bochorno de un día de Agosto que no sabe si abrirse definitivamente o descargar una buena cantidad de lluvia refrescante.

Casi siempre caminamos por un estrecho sendero bajo los árboles y, en un determinado punto, nos encontramos con un jardincito voluntarioso que alguien ha plantado ahí, en medio del bosque, con sus figuritas de enanos y Blancanieves y un elaborado juego de molinillos de latón que mueven sus aspas con la fuerza del agua de un reguero que desciende por la ladera, iguales que aquellos que me hacía mi padre, cuando yo era niño, con las latas de conservas. Al final, un pequeño estanque remata la composición naïf de esta rocalla, un bebedero para pájaros y demás fauna que puebla este rincón arbolado.



En la cima, los restos del castillo y, como era de esperar un bar o gostilna con su terraza exterior que parece regular la continuidad del sendero fuera del horario de apertura. Esperábamos tener desde aquí una panorámica espléndida de la ciudad, pero se ha hecho realidad aquello de que los árboles no dejan ver el bosque, la perspectiva sobre el casco antiguo la cierran ahora sus altas copas. Como contrapartida, toda la ciudad moderna, desparramada por la llanura y el impresionante entorno montañoso se abre totalmente a la contemplación.

Nos ha costado un poco encontrar, en la lejanía, alguna de las iglesias que citan en el folleto que nos dieron en la oficina de turismo de Kamnik. Tampoco se ve, desde aquí, el Arboretum de Volciji Potok, a unos siete kilómetros en dirección Sur, al que ya no tenemos tiempo de acercarnos, tampoco es la mejor época de visita, pues lo más espectacular dicen ser sus flores, en particular los dos millones de tulipanes de distintos colores (uno por cada habitante de Eslovenia) que abren sus pétalos al unísono en primavera.

Kranj

El día 5 de Agosto de 2010, después de haber llovido toda la noche, el tiempo estaba un poco revuelto de mañana temprano, a eso de las siete, cuando, puntualmente, nos despertábamos con las primeras luces del día bajo las copas de las coníferas y el repiqueteo de los picapinos en Sobec. Tan pronto hubimos desayunado, con la calma y deleite habituales, salimos de excursión con el coche en dirección a Kranj, sin olvidar encender los faros de cruce, algo que solemos olvidar por la falta de costumbre.


Es esa una de las ciudades relativamente grandes de Eslovenia, la cuarta en importancia, pese a tener poco más de 50.000 habitantes, y daba su nombre a la antigua provincia austríaca de la que era capital. Mucho menos frecuentada por el turismo que otras curiosidades históricas de la región, conserva un casco antiguo de origen medieval y lo nuevo, fuera de él, tiene suficiente interés también para ser recorrido. También es conocida como "la ciudad de Preseren", el más grande de los poetas eslovenos, que vivió y escribió gran parte de su obra aquí en la segunda mitad del s. XIX. Hay una escultura en bronce oscuro de France Preseren justo delante del edificio del teatro, obra de Joze Plecnik, otro de los emblemas culturales eslovenos de principios del s. XX. Tal como se comprueba en otra que existe en Ljubliana en medio de la plaza dedicada al poeta, la figura de Preseren no parece fuese tan cúbica ni imponente (esta podría utilizarse para asustar a los niños, casi como personalizando la efigie del coco) como la resultante de la interpretación artística de una pareja de escultores del realismo socialista, ese en donde importaba más la idea que su materialización artística.

La ciudad antigua empieza a recuperar su esplendor de antaño, poco a poco, las fachadas comienzan a lucir esos vivos colores de los frentes urbanos austrohúngaros, las calles están mejorando sus pavimentos y apariencia, nuevos adoquines, más árboles... quizá empiezan a sobrar sombrillas y terrazas, como en todas las poblaciones turísticas, pese a que esta todavía no es muy visitada. Es muy loable también el esfuerzo que está haciendo la municipalidad por dar a conocer sus secretos, aunque en una visita de un día no nos ha sido posible acceder a todos esos que se abren previa cita concertada o formación de grupo.




Quizá la síntesis de valores de la ciudad puede encontrarse en la plaza Slovenski trg, antes llamada de la revolución, que conserva una escultura de ese periodo pasado muy emparentada con la de Preseren en estética, una especie de nueva puerta de entrada al casco histórico donde conviven modernas fachadas de vidrio serigrafiado con un Instituto de letras del XIX y vivienda popular de hormigón, esta última en un estado de urgente petición de ayuda. Justo al lado del monumental viejo Instituto, la secuoia gigante, pegadita al aparcamiento de pago frente a un hotel, donde hemos dejado el coche.



La ciudad antigua tiene forma alargada, una calle principal ensarta tres plazas como las cuentas de un collar, su forma en planta sigue la del terreno existente entre la confluencia de los ríos Kokra y Sava, protegida por una muralla por el lado de este último (cuyos lienzos todavía se conservan en parte) y por el impresionante desnivel natural que forma el cañón del Kokra por el otro, un corte del terreno al que algunas casas se asoman sin temor.




Aunque nos habíamos desorientado un poco por la acumulación de obras y pasos provisionales que había a la entrada del centro, cuando hemos empezado a caminar, enseguida nos dirigimos acertadamente hacia el casco histórico gracias a la visión lejana de la silueta del campanario de la parroquial de Sv. Kancijan, cuyo hermoso interior tampoco pudimos ver, estaba cerrada.


La plaza más importante del casco antiguo, como siempre la calle principal ensanchada, es la Glavni trg y a ella asoman las más hermosas fachadas y los edificios significativos (iglesia, antiguo ayuntamiento...) el resto son otras dos calles paralelas, una a cada lateral, una especie de conjunto concéntrico que repite el perímetro geometrizado del asentamiento. Al fondo, como una proa, la torre del Pungert, junto a la iglesia de Sv. Rok (San Roque para nosotros) es un residuo del sistema de defensa medieval y, probablemente de lo que era el último reducto o ciudadela. Como curiosidad también relacionada con la defensa, ahora convertida en reclamo turístico, una red de túneles excavados durante la ocupación nazi, sobre todo para servir de refugio antiaéreo ante un inminente bombardeo de los aliados al final de la contienda. Da gusto pasear por la Tavcarjeva ulica, menos frecuentada y restaurada que la peatonalizada calle principal y asomarse al otro lado del Kokra por el puente sobre el cañón.


En la Vodopivceva ulica, una fuente de Joze Plecnik sustituyó en los años 50 otra estructura hidráulica histórica, al igual que sucede con la arquería del teatro, tiene algo de extraño o fantasmagórico en medio de este entorno gótico, renacentista y barroco, no puedo decir que me guste, pese al valor que tienen la mayoría de las obras de este poco convencional maestro del primer racionalismo yugoslavo y que descubrimos en España a través de aquel antiguo número de la revista Quaderns.


No hemos podido ver tampoco la capilla del osario, del s. XIII recuperada tras unos, relativamente recientes, trabajos arqueológicos, pues hay que concertar visita en el Gorenjska museum, en el antiguo Ayuntamiento.


Tras el recorrido callejero, pedimos unos folletos en la oficina de turismo, que por fin hemos encontrado en un extremo de la Slovenski trg.