Eger es una ciudad media, de cerca de 70.000 habitantes, se dice que la más bella del Norte de Hungría, aunque los visitantes que recibe provienen, casi exclusivamente del turismo local. Es famosa por sus vinos, el cultivo de la vid ocupa grandes extensiones del territorio levemente ondulado que rodea la ciudad y comenzó a desarrollarse intensamente ya a partir del s. XV, cuando un obispo declaró que estos caldos eran los mejores del mundo y prohibió la importación de vino foráneo. Es famoso el tinto oscuro, conocido como "sangre de toro" y el blanco, también con un apelativo curioso (doncella de Eger).
Salimos de Zsóry-fürdó, urbanización aislada en medio de la planicie y rodeando la estación balnearia en la que está el cámping y seguimos un trayecto previamente elegido, entre el mapa y el navegador, para hacer el recorrido evitando autopistas y grandes vías de conexión nacional, apreciando el paisaje agrícola y esas grandes plantaciones de vid. Apreciamos también que el estado de este tipo de carreteras y su amplitud en sección no tienen nada que ver con lo que podrían ser las de Francia o, incluso, las de nuestro país. La ventaja es que apenas hay tráfico.
La llegada a Eger no tiene problemas y conseguimos aparcar donde acaba de salir un coche, en plena calle Kossuth Lajos, una amplia avenida arbolada que recorre lo que fue el perímetro de la antigua ciudad amurallada, es también una de las calles más bonitas de la ciudad, con una sucesión de edificios barrocos en la que se mezclan viviendas y construcciones monumentales. El aparcamiento en la calle está regulado mediante parquímetros, necesitamos cambiar para conseguir las monedas que admite y fijarnos en como funcionan, porque de las instrucciones en húngaro no se puede concluir nada, suerte que es una zona muy frecuentada y pronto veo a alguien utilizarlos.
Paseamos la calle, donde un joven importuna a una mujer como pidiéndole dinero o algo, ella se aleja un poco, utiliza su móvil y, en unos segundos, aparece un coche de la policía que esposa al individuo y lo introduce en el vehículo. A algunos les recordará épocas pasadas del país, pero otros echamos de menos algo parecido en el nuestro y no voy a extenderme más en eso, solo que nos ahorraríamos mucho dinero en reposición de mobiliario urbano, en limpieza, jardinería, etc.
Entramos en la zona antigua por Esterházy tér, o sea, la plaza Esterhazy, aunque más que una plaza, es un amplio espacio libre, casi un parque, que delimitan, en sus extremos, la gran basílica, sede del obispado y un gran Instituto de Bachillerato (Tanárképzö Föiskola) construido a finales del s. XVII, que alberga una valiosa biblioteca y un observatorio astronómico. Esta plaza es el inicio de Szécheny utca, auténtica calle comercial de la ciudad, peatonalizada en todo este tramo y también en sus prolongaciones laterales, toda ella muy animada, aunque hace hoy mucho calor y con otra importante sucesión de fachadas barrocas, en este caso, casi todas mucho mejor conservadas que las de la avenida por la que habíamos llegado.
El verdadero corazón de la ciudad lo constituye otra amplia plaza rectangular, al borde del río Eger, cuya trayectoria por este extremo, servía de defensa para el antiguo núcleo, a modo de foso, la Dobó István tér, uno de cuyos frentes lo ocupa el templo Minorita, con sus altas torres y su colorida fachada barroca, en su interior destacan los frescos y los bancos tallados, así como el imponente órgano. En el espacio abierto de la plaza, dos estatuas recuerdan a Dobó, héroe local y propietario del castillo que defendió la ciudad durante un mes del asedio de los turcos, con tan solo 2.000 hombres, unos cuantos cañones y la ayuda de las mujeres de Eger, bagaje con el que contuvo a un ejército invasor de unos 150.000 turcos, a las mujeres de Eger, que debían ser también de armas tomar, no le han dedicado, hasta ahora, ningún monumento.
Dobó István también se llama la calle más antigua de la ciudad, que sube en pendiente hacia el castillo, que la domina desde una loma. Antes de iniciar el ascenso por esa calle, en el centro de una encrucijada, se encuentra el Minarete, restos de lo que fue una mezquita durante la dominación turca, posteriormente reconvertida en iglesia y, más tarde derribada, ahora una hermosa aguja en medio del tejido urbano, a la que se puede subir para contemplar la ciudad desde arriba, perspectiva que se obtiene también al llegar al castillo, si bien hoy, con 30º C el trayecto es un poco exigente, las casas de Dobó István utca tienen cierto aspecto medieval y, por lo tanto, una escala que no proporciona mucha sombra.
Al castillo se entra atravesando la vía del ferrocarril, así, con ese optimismo con el que aquellos regímenes integraban el transporte público de la manera más natural y sin complejos, como un poderoso icono del progreso de la iniciativa popular o de masas, paradigma de esta parte de la historia reciente del país lo es también el centro comercial que se adosa a la plaza donde está el templo Minorita, para el cual alguien debió pensar que las bondades de lo nuevo, por si mismas, eran suficientes para situarse cara a cara ante cualquier tipo de construcción histórica. El interior de la fortaleza es un museo, y se accede previo pago, con secciones dedicadas a la historia de la misma y una pinacoteca. Nos interesan más las vistas del conjunto urbano desde aquí, con es fusión de casco antiguo y vivienda colectiva, dos siluetas totalmente distintas y complementarias siempre aquí.
Tras un par de paseos por la calle comercial, agotado el tiempo de aparcamiento, recogemos el coche y nos dirigimos hacia un lugar cercano, en las afueras de la ciudad llamado Szépasszony-völgy, que se cita en nuestra guía, donde dice que en él, se alinean una serie de bodegas excavadas en la roca. La sorpresa es que la carretera que lleva al mismo, remata en una barrera donde te preguntan cuanto tiempo vas a estar, decimos una hora sin saber exactamente que hay allí de interés. Se trata de un pequeño parque y carretera que lo rodea, donde se aparca, en los laterales, adosadas a la colina, están las bodegas, donde se vende vino, fundamentalmente a granel, en unas garrafas plásticas. Esas bodegas, no tienen mayor interés que las que podremos ver en muchos de los pueblos de la región, la diferencia está en que estas están abiertas para venta al público, se explotan comercialmente y han constituido un punto de atracción para el turismo local, junto a las bodegas se han instalado una serie de restaurantes. Aprovechamos para comer en uno que tiene la taducción al inglés y alemán de las especialidades locales, aquí probaremos la sopa fría de cerezas (meggyleves, normalmente, ya sabemos que lo que acaba en "leves" es siempre una sopa) un plato curioso y muy apetecible con este calor, unos platos de carne de esos contundentes y, como postre, la dulce palacsinta (crepes dulces, un tipo de sobremesa habitual en todos estos países).
Salimos de aquí hacia Hollókö, gran parte del trayecto por carreteras secundarias. Este pequeño pueblo incorpora un Parque Nacional, es un reducto curioso de arquitectura tradicional muy bien conservado, declarado Patrimonio de la Humanidad y reconocido con orgullo en los folletos turísticos locales como "el pueblo más bonito de Hungría". Entramos a un amplio aparcamiento, comprobamos con sorpresa que es gratuito, hay varios autobuses, es el primer lugar donde escuchamos hablar español e italiano, son excursiones que vienen de Budapest, en esas giras turísticas incluidas siempre en el paquete de la agencia de viajes. Antes de entrar en el pueblo en si, nos damos un paseo por la zona natural protegida que lo rodea, con las ruinas del castillo sobre una colina, una construcción que, según la leyenda, hicieron unos cuervos (en realidad diablos ) con las piedras que transportaron de la edificación donde se encontraba recluida una doncella, parece que el nombre del lugar significa realmente "cuervo".
Las casas campesinas son del tipo que ya hemos visto en muchas de las zonas rurales que hemos atravesado, solo que aquí constituyen un pueblo-museo, sin transformaciones o adaptaciones por parte de sus moradores. Cada casa es ahora un negocio turístico, que si una tienda de alfarería, fque si una de bordados, recuerdos de artesanía, cafetería, heladería, restaurantes. Salvo ese aspecto de parque temático y el trasiego de turistas, el conjunto es, efectivamente muy armónico y está inalterado. Las casas de la gente que habitaba este lugar aislado en una zona montañosa (los palóc) tenían, en principio, la cubierta de paja, si bien después de un incendio a principios del s. XX, se reconstruyeron todas con las paredes de adobe, siempre pintadas de un blanco inmaculado, y con la cubierta de teja cerámica. Se disponen, como en el resto de la Hungría rural, de forma longitudinal, con su frente en el lado de menor longitud hacia la calle, guardando una distancia similar siempre entre las distintas viviendas y creciendo en profundidad hacia la parte de atrás de la parcela, esto da a las aldeas un aspecto muy unitario y homogéneo, que sigue siempre el recorrido de las calles o carreteras, las fachadas tienen una misma composición y magnitud independientemente del tamaño de la casa y de sus construcciones auxiliares, que se expanden en línea hacia el fondo de la propiedad. Aquí, muchas de ellas presentan un pequeño corredor de acceso con balaustrada de madera en su fachada principal.
Después de este baño de masas en medio de turistas de todas las nacionalidades, aunque no es este un día de mucha concurrencia en este pueblo-museo, nos dirigimos a Szécsény, una de esas localidades de las que vamos teniendo conocimiento gracias a la información que vamos obteniendo en el sitio, porque no vienen en las guías internacionales que venden las librerías en nuestro país y Hungría no es un lugar acerca del que existan muchas publicaciones de viaje.
Es ese un lugar en el que existe un palacio barroco, como siempre, aunque llegamos a primera hora de la tarde, el palacio y su recinto, un gran jardín inglés, están ya cerrados. En la población se aprecian los restos de su antigua muralla y alguna construcción defensiva, ahora rodeados por un gran parque público que se funde con los jardines del propio palacio, el casco antiguo es de tamaño muy reducido y tiene también una gran iglesia al fondo, como foco de atención, han peatonalizado algunas calles, con una urbanización muy económica pero que recupera un espacio muy tranquilo y agradable en torno al corazón del núcleo histórico.
Antes de irnos entramos en un supermercado muy concurrido junto al que hemos dejado aparcado el coche, comprobamos que es inútil tratar de comprar frutas o verduras en este tipo de comercio en una localidad pequeña, imagino que todo el mundo tiene un buen huerto, la materia prima estaría en el cubo de los desperdicios en cualquiera de nuestros mercados, tampoco la variedad de productos es muy grande, pero hay que saber convivir con la cotidianeidad cuando se viaja, y la gente aquí, en esta otra Europa, todavía vive así, pese a lo rápido que todo avanza y se les ve felices si lo comparan con el pasado.
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