Ha llovido casi toda la noche, aunque con poca intensidad y de forma muy intermitente, la mañana amanece dando una pequeña tregua, cosa que permite el secado de la tienda y poder recoger sin mayores problemas. Salimos a las 10.30 am. hacia Hranice, siguiendo carreteras secundarias con ayuda del navegador. Todo discurre con normalidad hasta que nos aproximamos a nuestro destino, ahí es donde el aparato se empeña, sin que se lo hayamos indicado, en llevarnos a Hranice Estación, que como es obvio, queda algo lejos del centro. La enmarañada forma en que los crecimientos exteriores envuelven a la ciudad histórica tampoco permite adivinar muy bien el camino, el acceso al cámping tampoco está señalizado y conseguimos adivinarlo por las indicaciones de la guía, tras un estrecho pasaje bajo la vía del ferrocarril, omnipresente en esta ciudad, llegamos a la entrada, la chica de la recepción habla inglés, y eso es ya una ventaja. Como el tiempo está todavía inestable, elegimos pasar la noche en una pequeña cabaña (hay de distintos tamaños) y a la media hora comienza, de nuevo, a llover intensamente, hacemos una pausa y cuando pasa la tempestad nos acercamos al centro histórico andando, un paseo no muy largo y agradable.
Hranice tiene unos 20.000 habitantes y el casco antiguo, que conserva parte de sus antiguas murallas, se adapta al perímetro protector que le proporcionaba el río Becva y dos pequeños afluentes que desembocan en él al Este y Oeste de la villa, respectivamente, el centro es el remate de un itinerario bifurcado en dos calles principales antes de acceder a una monumental plaza rectangular y que luego se prolonga para franquear el río.
Al sistema de doble muralla que protegía la ciudad, se unía un importante castillo gótico, posteriormente transformado en un hermoso palacio renacentista que ahora destaca como la más imponente construcción del núcleo antiguo, a escasa distancia de la gran plaza, en el centro de la cual se alza la iglesia de San Juan Bautista, compitiendo su coloreada fachada con el conjunto de edificaciones que cierra los laterales de ese gran rectángulo central, muchas de ellas con los bajos porticados, a los que se abren todo tipo de comercios.
Son solo las 19.15 pm. y la plaza está desierta, los comercios cerrados, incluso las cervecerías y restaurantes, así que disfrutamos de una visita turística solitaria, aunque echamos en falta el bullicio que adivinamos a otras horas y que, otra vez, nos recuerda que estamos en la Europa Central, aunque sea verano y la noche todavía vaya a tardar algo en llegar.
En las afueras de la muralla, donde ahora la ciudad se prolonga en ese interminable fluir de casitas y bloques lineales del paradigma moderno del nuevo alojamiento de masas y la carretera de Olomouc, está un cementerio judío, referencia histórica ineludible a un un importante grupo de población que se asentó aquí a partir del s. XVII.
Volvimos al cámping atravesando otra zona de chalecitos, algunos de principios del s. XIX. Nuestra minúscula cabaña para dos personas tiene incluso un pequeño porche a la entrada, pero el tiempo no invita a disfrutarlo, desde la ventana del fondo podemos adivinar el paso del tren entre los árboles, y es que el ferrocarril significó mucho también para esta ciudad la línea de Viena a Cracovia la atravesó allá a mediados del diecinueve.
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