domingo, 29 de marzo de 2009

Hacia Eslovaquia







Dejamos Hranice por la mañana en dirección a Roznov, y, atravesando casi todo el país, unos 250 km. en total, que hechos por carretera, suponen casi 5 horas de viaje, pasamos por Makov, Zilina, Martin, Ruzomberok, Poprad y Roznava, algunas de estas, son localidades que ya conocemos de otro intenso viaje que hicimos por Eslovaquia, por eso hemos elegido como punto de parada (en dirección a Hungría) un pequeño cámping en un lugar llamado Krasnohorske Podhradie, un emplazamiento maravilloso a los pies del castillo de Krasna Horka, reconocido como uno de los más hermosos y mejor conservados de Eslovaquia.
El castillo, convertido en palacio, es ahora un museo, antes de lo cual, fue la residencia de una familia de nobles de origen húngaro, los Andrássy. Como curiosidad próxima, situada al borde de la carretera, en un monumental mausoleo modernista, de planta circular y coronado por una cúpula, reposan los restos de Frantiska, la mujer de uno de sus últimos inquilinos, una cantante de ópera checa que, por su origen plebeyo, nunca fue aceptada por la familia, de ahí la elección de erigir un magnífico panteón, pero a una cierta distancia de la residencia del resto de los miembros de la nobleza.


Toda esta región, conocida como "Slovenský kras" es de un gran interés, sobre todo por sus curiosidades naturales, como las más de 4.000 cuevas que forman parte de un conjunto kárstico compartido con Hungría, al otro lado de la frontera y que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad. Alguna de las cuevas ya la conocemos de ese anterior viaje, aunque debemos advertir, como siempre, que uno no debe esperar encontrarlas señalizadas y que su localización constituye siempre una curiosa aventura de final inesperado. Es imprescindible hacerse con un buen mapa, porque el navegador no siempre nos guía adecuadamente, y en este recorrido ya nos ha gastado alguna mala pasada. Haciendo carretera cruzamos varias zonas montañosas donde hileras de gitanos o gente que malvive en las mismas con muy pocos recursos, se sitúan en la cuneta y tratan de vender a los automovilistas unos enormes boletos y otras setas de apetitoso aspecto, así como diversas bayas comestibles, la tentación de parar es muy grande, pero cuando uno aminora la marcha del coche, enseguida comienzan a correr varios hacia el punto donde piensan que vas a parar y no tenemos muy buenas experiencias de ese tipo de contactos, no porque nos haya pasado nada, sino porque te parece que deberías comprarle algo a todos, especialmente a los niños, y nunca podremos ayudar lo suficiente.


Fue el mapa el que nos permitió ahora llegar al cámping sin problemas, está en medio de un bosque y, entre los abetos, se ve el castillo dominando el horizonte, sobre una colina. El suelo está muy húmedo por las recientes lluvias, la gente de la recepción no parece muy aficionada al trabajo y, por suerte, regentan también la cervecería, lo que les permite descansar siempre ante una buena jarra. Los baños están en casetas prefabricadas, como esas de las obras y, a medida que se van estropeando, tal como comprobaremos a lo largo de nuestra estancia, los van clausurando, de forma que puede que, a final de temporada, haya que hacerlo todo en el río.


Antes de cenar nos acercamos andando hasta el castillo, que, por supuesto, hacía un rato que ya había cerrado sus puertas, es sin embargo un paseo muy agradable en el que no se invierte mucho tiempo, también lo fue el recorrido tranquilo por las calles del pueblo junto al que estamos.


La noche es sobrecogedoramente silenciosa, si no fuese por esos misteriosos sonidos de la fauna del bosque, esos que nos hacen revivir el miedo de nuestros ancestros, cuando dormían en medio de lo desconocido, quizá en alguna de estas cuevas cercanas.

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