sábado, 4 de abril de 2009

Hortobágy y Tokaj

El Parque Nacional de Hortobágy es una vasta extensión, de más de 50.000 hectáreas, que recoge la inmensa llanura, llamada puszta, que fue tierra de pastores, por la fertilidad que proporcionaban las periódicas inundaciones, que se extendían sobre una amplia zona gracias a la configuración plana del terreno.
Aquí perviven ciertas tradiciones de la Hungría campesina, algunas convertidas ya en reclamo turístico en el propio parque protegido, como esos rudos pastores montados en la raza de caballo local, haciendo estallar con gran estruendo sus látigos, como si fuesen fuegos de artificio. El recorrido por carretera atraviesa una planicie a la que no se le ve el final en el horizonte, salpicada de enormes granjas, edificaciones pintadas de blanco que extienden su tejado de paja hasta casi tocar el suelo.


Mientras hacemos el itinerario, vamos atravesando localidades de mediano y pequeño tamaño repletas de gente, son sitios que tienen balnearios o baños, sorprende la naturalidad con que conviven las bicicletas con el resto del tráfico rodado, haciendo todo tipo de maniobras, sin que se produzca ningún accidente, algo impensable en nuestro país, y quizá herencia de un tiempo en el que el coche no fue el vehículo predominante.
Garzas, cigüeñas, o caballos a lo lejos, nos acompañan durante todo el trayecto, la carretera nacional nos lleva hasta el pueblo que constituye la estación de entrada al parque nacional, donde está un famoso puente que acoge en sus proximidades la feria anual de ganado (el 20 de agosto, y hoy es 14, por eso están preparando ya algunas cosas para ese día).

Las afueras del pueblo son, de nuevo, una especie de parque temático, donde un par de locales hacen también su agosto cobrando por aparcar en su recinto, tenemos suerte porque el cobrador no sabe muy bien en que idioma dirigirse a nosotros y prefiere abordar a unos nativos que llegan al mismo tiempo, nos hacemos un poco el loco y damos un paseo por el lugar, con múltiples puestos de venta de recuerdos y gran afluencia de gente. Nos llaman la atención esas calderetas, muy similares a las que usan los pastores en otras regiones, para hacer la comida al aire libre, unos enormes calderos metálicos que se cuelgan de una cadena, no olvidemos que estos jinetes eran nómadas. Esta forma de cocinar está muy popularizada en todo el país, y ya comproba remos que nuestro churrasco o parrillada en medio del monte, es aquí un gulash u otro guiso cocinado en una hoguera con uno de estos grandes cacharros.

No nos ha llamado mucho la atención ninguna de las atracciones turísticas basadas en la tradición campesina que tienen aquí montadas, incluido el museo de los pastores, la señalización y el intenso calor tampoco han ayudado mucho, nos adentramos en el pueblo propiamente dicho, que tiene el interés de lo real, con esas casas que configuran calles perfectamente ordenadas y en las que se conservan todas esas características que han encerrado en el museo, hay incluso construcciones que podríamos reconocer como propias para conservar el grano, olor a ganado y hermosos huertos.

Se acerca la hora de comer, junto a la carretera está la Nagycsárda (csárda significa casa de comidas), un establecimiento fundado en el siglo XVIII, con una preciosa terraza y un pianista preparado para amenizar el almuerzo a los comensales, nos hemos inclinado, sin embargo, por el local al que vemos entrar a la mayor parte de los visitantes locales, con esas grandes mesas comunes en el exterior, el comedor interior es muy agradable y apenas hay nadie en él. Los platos que hemos probado tienen un sabor más auténtico, he repetido la sopa de cerezas, por lo del calor, y ha sido una experiencia sublime, con frutos del bosque recién cogidos, nada de macedonia de bote junto a las cerezas, como había pasado en el último lugar en que la había probado. Entendernos nos ha costado un poco más, pero tampoco mucho.

Después de comer y de la sobremesa, salimos hacia Tokaj, capital de la región vinícola más conocida de Hungría, ya dentro de la misma, viajaremos entre colinas cubiertas de vid cuando se orientan a mediodía, a cuyos pies se van sucediendo las entradas a bodegas que se extienden bajo tierra. El vino de Tokaj se caracteriza por su vendimia tardía, en la que se separan las uvas que han comenzado a ser pasas, con una gran cantidad de azúcar y, después de pisada la uva normal, se añade una cantidad de esas otras, que forman el alma del vino. El alma del vino se mezcla en distintas proporciones con el contenido de un barril tipo, de capacidad invariablemente determinada, de forma que, según la medida del alma que se añada, los vinos tendrán desde dos a cinco puttony (esta palabra que suena como a otra cosa, es la proporción de ese contenido que se ha añadido al vino elaborado). El recorrido al margen de los itinerarios principales nos lleva por pequeños pueblos, grandes industrias, enormes granjas y una zona de descanso con lago en la que descubrimos esas cocinas de pic-nic improvisadas con una llanta de coche para colocar las brasas y una cadena suspendida para colgar el caldero sobre el fogón, la variante de nuestras parrilladas de domingo. La pantalla del navegador nos lleva hacia el río, pero al fondo no hay puente. Otra sorpresa, vamos a cruzar en un rudimentario transbordador, guiado también por una cadena, una emocionante travesía con la que no contábamos.



El pueblo de Tokaj, con poco más de 5.000 habitantes, tiene un casco antiguo bastante visitado por el turismo local, con la calle principal prácticamente peatonalizada y una sucesión de bares y bodegas. No tiene nada que ver, sin embargo, con lo que uno esperaría encontrarse en una población que vive del comercio del vino, las tiendas no exponen mucho al exterior y es necesario entrar a ver. La escala de la calle, con muchos edificios barrocos, es realmente la de un pequeño pueblo, con viviendas bajas, el exterior, como de costumbre, es un conjunto de equipamientos y bloques comunitarios rodeados de una generosa porción de verde.
Sigue haciendo bastante calor y, aunque teníamos pensado visitar el Pincemúzeum, una bodega subterránea con más de un kilómetro de pasajes laberínticos bajo tierra, que según nuestra guía de viajes cerraba a las 17 pm. volvemos a llegar muy justos. En la oficina de turismo nos dicen que, en realidad, cierra a las 16 pm. en pleno agosto, así que desistimos correr para llegar justo cuando ya vayan a darnos con la puerta en las narices.
Compramos algo de vino en una tienda donde se sudaba tras el vidrio del escaparate, el chico que nos atiende se alivia con un ventilador que tiene sobre el mostrador. Volvemos a coger carretera y hacemos una pequeña excursión por la región del vino, colinas interminables repletas de viñas y pueblecitos donde ya no llega el turismo a los que se entra, casi invariablemente, flanqueado por las construcciones alineadas que dan acceso a las bodegas enterradas. Hacemos una pequeña parada en Mad y Abaújszante, regresamos al cámping, aprovisionándonos en un centro comercial "Tesco", llegamos algo más tarde de las 19 pm. y a las 20.30 ya es totalmente de noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario