martes, 27 de julio de 2010

Lluvia y ruinas grecorromanas


Gran parte de la costa mediterránea de Turquía mantiene la presencia de antiguas ciudades griegas y romanas que un día fueron la avanzadilla de ese avance de la civilización hacia el oriente, con frecuencia menos maltratadas, por esos azares de la evolución urbana que sus homólogas del continente europeo, obligadas a ser parte de un asentamiento ciudadano múltiples veces reutilizado sobre sus cimientos, tesoros arqueológicos en los que se adivina la grandeza de una vida cosmopolita que nos ha precedido en más de mil años.
Nuestro primer destino va a ser Aspendos, una ciudad que fue, en tiempos, un importante centro mercantil y que destaca, en particular, por mantener un teatro romano magníficamente conservado. Al igual que sucede en otros yacimientos similares, el teatro es todavía utilizado en la actualidad para celebrar festivales.






Previamente hacemos una parada en la ribera del río Köprü, junto a un puente selyúcida del siglo XIII que aprovechó los basamentos de otro anterior romano, sigue lloviendo como cuando salimos del hotel y el navegador nos revela que el porcentaje de territorio cartografiado es bastante pobre, nos guía por las carreteras principales, pero en muchas pequeñas ciudades no tiene más que ese viario vertebrador.

A unos dos kilómetros del puente, siguiendo la misma carretera, se llega al yacimiento de Aspendos, en el que existe también un estadio, acueducto y restos de la ciudad romana visitables, sin embargo, bien fuese por obras de restauración o por lo impracticable de los caminos embarrados, solo se nos ha permitido en esta ocasión acceder al teatro.


Impresiona por sus proporciones y por mantenerse cerrado en su altura original, con el frente de la escena casi intacto, con un graderío capaz de albergar cerca de 20.000 espectadores y una galería cubierta como remate que permitía (y nos permite) contemplar la escena a reguardo de la lluvia. He pedido a una turista francesa que nos hiciese una foto, pero mejor no enseñarla, nos ha sacado cortados y movidos. Algún tramo restaurado, con el mismo tipo de mármol, hace que podamos imaginar la precisión y el lujo de los detalles de esta obra, aún ahora, la lluvia se desliza por entre las gradas con su pendiente hacia los desagües con total exactitud e impide que se nos encharquen los pies mientras las recorremos.







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