Existe un sendero que lleva, por el fondo del valle, hasta Göreme, algo que debería ser un paseo maravilloso si tuviésemos tiempo para hacerlo. La parada al borde de la carretera, sin embargo, solo permite apreciar las impresionantes vistas, tanto del valle, como de la población de Uçhisar, vista ahora desde su perfil más fotogénico, ese en el que las viviendas, cabalgando sobre la roca, se confunden con los huecos en ella excavados.
El nombre de "valle de las palomas" viene de los múltiples agujeros que los campesinos horadaron en la roca, a menudo pintados de blanco para atraer más la atención de las aves, para formar palomares (miles de ellos, no solo aquí, sino en toda la zona) y aprovechar los excrementos como abono orgánico para los cultivos.
Aquí, como en otros lugares, la parada del autobús turístico al borde de la carretera, hace que aparezcan varias mujeres al instante y monten rápidamente su oferta de producción artesanal para la venta. La incorporación de la mujer al trabajo, en ocasiones trabajos poco reconocidos, forzada por la necesidad de disponer de mayores ingresos en la unidad familiar si se quieren buscar los privilegios consumistas que alejan a uno de la subsistencia campesina y lo acercan al disfrute de la globalidad, aunque nos cueste imaginarlo, está siendo un germen de liberación respecto a los prejuicios de la religiosidad extrema que tanto se critican en occidente, un proceso natural que el integrismo siempre verá como pecaminoso y destructivo pero que, si reflexionamos un poco, también pasó en un país que todos conocemos bien, en su día llamado "reserva espiritual de la cristiandad".
Como al día siguiente habíamos de cambiar de lugar de alojamiento, decidimos, una vez de regreso en el hotel, acercarnos caminando hasta el centro de la ciudad donde se encuentra (Ürgüp). Estábamos a un kilómetro y medio, más o menos. Lo único que resulta un inconveniente es tener que verla en horario nocturno, pues en esta época, poco más allá de las cuatro de la tarde ya no hay luz y, lógicamente, el regreso al hotel era siempre algo más tarde de ese momento.
Por eso, aunque no hemos podido apreciar bien el casco antiguo, encaramado a la roca y repleto de viviendas troglodíticas (vista que se nos muestra en la lejanía cada vez que abrimos la ventana de nuestra habitación) llegamos en el momento en que todavía las actividades de mercado no están totalmente concluidas. Todo conserva aún ese aire de ciudad oriental de tránsito, centro de intercambio con tiendas de todo tipo, escaparate de especias, verduras, frutas, charcutería, ollas de barro para cocinar una especialidad local de kebab y una importante producción de vino de la zona (Turquía tiene ciertas diferencias respecto a los preceptos islámicos, que no todo el mundo practica, y conviene preservar esas diversidades por lo enriquecedor de las mismas), tiendas de recuerdos, joyerías...
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