martes, 31 de marzo de 2009

Eger, Hollókö y Szécsény

Eger es una ciudad media, de cerca de 70.000 habitantes, se dice que la más bella del Norte de Hungría, aunque los visitantes que recibe provienen, casi exclusivamente del turismo local. Es famosa por sus vinos, el cultivo de la vid ocupa grandes extensiones del territorio levemente ondulado que rodea la ciudad y comenzó a desarrollarse intensamente ya a partir del s. XV, cuando un obispo declaró que estos caldos eran los mejores del mundo y prohibió la importación de vino foráneo. Es famoso el tinto oscuro, conocido como "sangre de toro" y el blanco, también con un apelativo curioso (doncella de Eger).
Salimos de Zsóry-fürdó, urbanización aislada en medio de la planicie y rodeando la estación balnearia en la que está el cámping y seguimos un trayecto previamente elegido, entre el mapa y el navegador, para hacer el recorrido evitando autopistas y grandes vías de conexión nacional, apreciando el paisaje agrícola y esas grandes plantaciones de vid. Apreciamos también que el estado de este tipo de carreteras y su amplitud en sección no tienen nada que ver con lo que podrían ser las de Francia o, incluso, las de nuestro país. La ventaja es que apenas hay tráfico.
La llegada a Eger no tiene problemas y conseguimos aparcar donde acaba de salir un coche, en plena calle Kossuth Lajos, una amplia avenida arbolada que recorre lo que fue el perímetro de la antigua ciudad amurallada, es también una de las calles más bonitas de la ciudad, con una sucesión de edificios barrocos en la que se mezclan viviendas y construcciones monumentales. El aparcamiento en la calle está regulado mediante parquímetros, necesitamos cambiar para conseguir las monedas que admite y fijarnos en como funcionan, porque de las instrucciones en húngaro no se puede concluir nada, suerte que es una zona muy frecuentada y pronto veo a alguien utilizarlos.
Paseamos la calle, donde un joven importuna a una mujer como pidiéndole dinero o algo, ella se aleja un poco, utiliza su móvil y, en unos segundos, aparece un coche de la policía que esposa al individuo y lo introduce en el vehículo. A algunos les recordará épocas pasadas del país, pero otros echamos de menos algo parecido en el nuestro y no voy a extenderme más en eso, solo que nos ahorraríamos mucho dinero en reposición de mobiliario urbano, en limpieza, jardinería, etc.
Entramos en la zona antigua por Esterházy tér, o sea, la plaza Esterhazy, aunque más que una plaza, es un amplio espacio libre, casi un parque, que delimitan, en sus extremos, la gran basílica, sede del obispado y un gran Instituto de Bachillerato (Tanárképzö Föiskola) construido a finales del s. XVII, que alberga una valiosa biblioteca y un observatorio astronómico. Esta plaza es el inicio de Szécheny utca, auténtica calle comercial de la ciudad, peatonalizada en todo este tramo y también en sus prolongaciones laterales, toda ella muy animada, aunque hace hoy mucho calor y con otra importante sucesión de fachadas barrocas, en este caso, casi todas mucho mejor conservadas que las de la avenida por la que habíamos llegado.
El verdadero corazón de la ciudad lo constituye otra amplia plaza rectangular, al borde del río Eger, cuya trayectoria por este extremo, servía de defensa para el antiguo núcleo, a modo de foso, la Dobó István tér, uno de cuyos frentes lo ocupa el templo Minorita, con sus altas torres y su colorida fachada barroca, en su interior destacan los frescos y los bancos tallados, así como el imponente órgano. En el espacio abierto de la plaza, dos estatuas recuerdan a Dobó, héroe local y propietario del castillo que defendió la ciudad durante un mes del asedio de los turcos, con tan solo 2.000 hombres, unos cuantos cañones y la ayuda de las mujeres de Eger, bagaje con el que contuvo a un ejército invasor de unos 150.000 turcos, a las mujeres de Eger, que debían ser también de armas tomar, no le han dedicado, hasta ahora, ningún monumento.



Dobó István también se llama la calle más antigua de la ciudad, que sube en pendiente hacia el castillo, que la domina desde una loma. Antes de iniciar el ascenso por esa calle, en el centro de una encrucijada, se encuentra el Minarete, restos de lo que fue una mezquita durante la dominación turca, posteriormente reconvertida en iglesia y, más tarde derribada, ahora una hermosa aguja en medio del tejido urbano, a la que se puede subir para contemplar la ciudad desde arriba, perspectiva que se obtiene también al llegar al castillo, si bien hoy, con 30º C el trayecto es un poco exigente, las casas de Dobó István utca tienen cierto aspecto medieval y, por lo tanto, una escala que no proporciona mucha sombra.

Al castillo se entra atravesando la vía del ferrocarril, así, con ese optimismo con el que aquellos regímenes integraban el transporte público de la manera más natural y sin complejos, como un poderoso icono del progreso de la iniciativa popular o de masas, paradigma de esta parte de la historia reciente del país lo es también el centro comercial que se adosa a la plaza donde está el templo Minorita, para el cual alguien debió pensar que las bondades de lo nuevo, por si mismas, eran suficientes para situarse cara a cara ante cualquier tipo de construcción histórica. El interior de la fortaleza es un museo, y se accede previo pago, con secciones dedicadas a la historia de la misma y una pinacoteca. Nos interesan más las vistas del conjunto urbano desde aquí, con es fusión de casco antiguo y vivienda colectiva, dos siluetas totalmente distintas y complementarias siempre aquí.

Tras un par de paseos por la calle comercial, agotado el tiempo de aparcamiento, recogemos el coche y nos dirigimos hacia un lugar cercano, en las afueras de la ciudad llamado Szépasszony-völgy, que se cita en nuestra guía, donde dice que en él, se alinean una serie de bodegas excavadas en la roca. La sorpresa es que la carretera que lleva al mismo, remata en una barrera donde te preguntan cuanto tiempo vas a estar, decimos una hora sin saber exactamente que hay allí de interés. Se trata de un pequeño parque y carretera que lo rodea, donde se aparca, en los laterales, adosadas a la colina, están las bodegas, donde se vende vino, fundamentalmente a granel, en unas garrafas plásticas. Esas bodegas, no tienen mayor interés que las que podremos ver en muchos de los pueblos de la región, la diferencia está en que estas están abiertas para venta al público, se explotan comercialmente y han constituido un punto de atracción para el turismo local, junto a las bodegas se han instalado una serie de restaurantes. Aprovechamos para comer en uno que tiene la taducción al inglés y alemán de las especialidades locales, aquí probaremos la sopa fría de cerezas (meggyleves, normalmente, ya sabemos que lo que acaba en "leves" es siempre una sopa) un plato curioso y muy apetecible con este calor, unos platos de carne de esos contundentes y, como postre, la dulce palacsinta (crepes dulces, un tipo de sobremesa habitual en todos estos países).

Salimos de aquí hacia Hollókö, gran parte del trayecto por carreteras secundarias. Este pequeño pueblo incorpora un Parque Nacional, es un reducto curioso de arquitectura tradicional muy bien conservado, declarado Patrimonio de la Humanidad y reconocido con orgullo en los folletos turísticos locales como "el pueblo más bonito de Hungría". Entramos a un amplio aparcamiento, comprobamos con sorpresa que es gratuito, hay varios autobuses, es el primer lugar donde escuchamos hablar español e italiano, son excursiones que vienen de Budapest, en esas giras turísticas incluidas siempre en el paquete de la agencia de viajes. Antes de entrar en el pueblo en si, nos damos un paseo por la zona natural protegida que lo rodea, con las ruinas del castillo sobre una colina, una construcción que, según la leyenda, hicieron unos cuervos (en realidad diablos ) con las piedras que transportaron de la edificación donde se encontraba recluida una doncella, parece que el nombre del lugar significa realmente "cuervo".

Las casas campesinas son del tipo que ya hemos visto en muchas de las zonas rurales que hemos atravesado, solo que aquí constituyen un pueblo-museo, sin transformaciones o adaptaciones por parte de sus moradores. Cada casa es ahora un negocio turístico, que si una tienda de alfarería, fque si una de bordados, recuerdos de artesanía, cafetería, heladería, restaurantes. Salvo ese aspecto de parque temático y el trasiego de turistas, el conjunto es, efectivamente muy armónico y está inalterado. Las casas de la gente que habitaba este lugar aislado en una zona montañosa (los palóc) tenían, en principio, la cubierta de paja, si bien después de un incendio a principios del s. XX, se reconstruyeron todas con las paredes de adobe, siempre pintadas de un blanco inmaculado, y con la cubierta de teja cerámica. Se disponen, como en el resto de la Hungría rural, de forma longitudinal, con su frente en el lado de menor longitud hacia la calle, guardando una distancia similar siempre entre las distintas viviendas y creciendo en profundidad hacia la parte de atrás de la parcela, esto da a las aldeas un aspecto muy unitario y homogéneo, que sigue siempre el recorrido de las calles o carreteras, las fachadas tienen una misma composición y magnitud independientemente del tamaño de la casa y de sus construcciones auxiliares, que se expanden en línea hacia el fondo de la propiedad. Aquí, muchas de ellas presentan un pequeño corredor de acceso con balaustrada de madera en su fachada principal.





Después de este baño de masas en medio de turistas de todas las nacionalidades, aunque no es este un día de mucha concurrencia en este pueblo-museo, nos dirigimos a Szécsény, una de esas localidades de las que vamos teniendo conocimiento gracias a la información que vamos obteniendo en el sitio, porque no vienen en las guías internacionales que venden las librerías en nuestro país y Hungría no es un lugar acerca del que existan muchas publicaciones de viaje.
Es ese un lugar en el que existe un palacio barroco, como siempre, aunque llegamos a primera hora de la tarde, el palacio y su recinto, un gran jardín inglés, están ya cerrados. En la población se aprecian los restos de su antigua muralla y alguna construcción defensiva, ahora rodeados por un gran parque público que se funde con los jardines del propio palacio, el casco antiguo es de tamaño muy reducido y tiene también una gran iglesia al fondo, como foco de atención, han peatonalizado algunas calles, con una urbanización muy económica pero que recupera un espacio muy tranquilo y agradable en torno al corazón del núcleo histórico.
Antes de irnos entramos en un supermercado muy concurrido junto al que hemos dejado aparcado el coche, comprobamos que es inútil tratar de comprar frutas o verduras en este tipo de comercio en una localidad pequeña, imagino que todo el mundo tiene un buen huerto, la materia prima estaría en el cubo de los desperdicios en cualquiera de nuestros mercados, tampoco la variedad de productos es muy grande, pero hay que saber convivir con la cotidianeidad cuando se viaja, y la gente aquí, en esta otra Europa, todavía vive así, pese a lo rápido que todo avanza y se les ve felices si lo comparan con el pasado.

Y llegamos a Hungría

La última noche en el bosque ha sido muy fría y, aunque sigue siendo Agosto, amanece todo muy húmedo, por eso nos tomamos cierto tiempo para recoger e ir secando todo lo posible la tienda antes de iniciar la ruta. Uno de los mástiles flexibles se ha cuarteado y roto por el cambio brusco de temperatura, algo que ya nos había pasado otras veces, por eso conservamos algún tramo de repuesto de otra tienda idéntica que quedó inservible debido a esa circunstancia. De cualquier modo, la sustitución de un tramo significa deshacer el conjunto del mástil, operación que nos ha llevado cierto tiempo, cuando salimos son ya las 10.30 am.
Tras recorrer un buen trecho de paisaje rural, a lo largo de esa zona común entre Eslovaquia y Hungría, de naturaleza kárstica, done abundan las grutas, entramos en este último país por un puesto fronterizo desmantelado, no hay, por lo tanto, un lugar donde cambiar dinero o comprar la viñeta que nos permitirá circular por las autopistas. Las poblaciones que vamos atravesando son muy pequeñas y todas de carácter rural. Paramos en Szendrö, donde vimos que había un banco, pero no cambian moneda, nos indican que podremos hacerlo en Edeleny, unos kilómetros más adelante en nuestra misma ruta. Es una localidad algo mayor y está muy animada en esta hora próxima al mediodía, con gente de los alrededores haciendo sus compras. En el primer banco tenemos un pequeño encontronazo con el guardia de seguridad, un personaje un poco desagradable, vamos al de la competencia, justo en la calle posterior a esa fachada, en este, por el contrario, el personal es mucho más amable y cambiamos toda las coronas eslovacas que nos quedaban por forints húngaros, retiramos, además algo de un cajero automático.
Seguimos camino hacia Miskolc, donde adquirimos la viñeta en una gasolinera, que comprobamos no es, para los extranjeros de paso, una pegatina para adherir al parabrisas, como en los otros países que hemos atravesado previamente, sino un justificante del pago que debemos guardar por si en algún momento nos para la policía y lo pide, cosa que no sucederá.
Llegamos sin problemas a Mezökövesd, donde teníamos previsto parar en un cámping. Queda relativamente cerca de esta ciudad, la más poblada de esta región, llamada Matyóföld y es famosa por sus bordados tradicionales. El cámping se encuentra junto a una estación termal, cuyas zonas de baños se extienden a lo largo de unas 4 hectáreas de superficie, entre zonas de bosque y parques acondicionados para el baño y el paseo, siempre muy frecuentados. La recepcionista es una chica muy joven y habla inglés perfectamente, dice que somos los primeros españoles que recuerda hayan pasado por aquí y que ha estado hace algún tiempo en Portugal.
El cámping está muy bien, con parcelas independizadas y bastante sombreadas, tiene también unos bungalows muy confortables y, los servicios, aunque son antiguos, son abundantes y están siempre perfectamente limpios, lo de la ducha casi comunitaria, como si estuviesemos en el ejército o en un gimnasio, es cosa a la que ya nos hemos acostumbrado en otros viajes por la zona.
Dedicamos el resto del día a descansar y acometer tareas inevitables para poner el viaje al día, como lavar ropa, consultar las guías, etc.

Roznava y Stítnik


Después del paseo por Zádielska Dolina, vamos a hacer una pequeña excursión por los alrededores. Nuestra primera etapa es un pueblecito llamado Stítnik, fundado en el siglo XIII como enclave minero y centro mercantil, conserva, de esa época de prosperidad, una gran plaza irregular, de forma triangular, que constituye el corazón del lugar, con fachadas interesantes, aunque muy deterioradas. La plaza tiene una funcionalidad evidente como encrucijada de tráfico y del transporte interurbano, entre eso y el decaimiento de las construcciones históricas, pierde mucho de su encanto.(Ahora que escribo esto, sé que hubo obras en la plaza y algo ha mejorado). La singularidad de esta población la constituye una iglesia evangélica de origen gótico en la que fueron descubiertos, durante una reforma, unos valiosos frescos datados entre los siglos XIV y XVI que cubren gran parte de sus paredes. El otro extremo del espacio público lo ocupa otra pequeña iglesia, justo en el vértice del triángulo. Una curiosa fuente con vaso de fundición, del diecinueve, refresca un poco este caluroso día.

Hace mucho calor y la iglesia está cerrada, cuando una mujer ve que estamos tratando de averiguar si hay algún horario de apertura o modo de acceder, trata de establecer conversación con nosotros y logramos entender que debemos pedir que nos abran en una determinada casa de una de las calles de la localidad. Hemos recorrido ya toda la calle pero no conseguimos intuir cual es la casa que dispone de la llave de la iglesia, no hay nada que nos dé una pista, por eso y por el cansancio de caminar bajo un sol abrasador, desistimos de ver los frescos y seguimos nuestra pequeña excursión.

La llegada a Roznava vuelve a estar precedida de un pequeño error del navegador, aunque ahora ya sabemos cual es el camino correcto y entramos directamente en la gran plaza que constituye el corazón del casco antiguo, tomamos la dirección de salida y aparcamos junto a la nueva zona comercial, lindando con el núcleo histórico y con una gran estación de autobuses, herencia de aquel pasado en que el transporte público era casi el único posible para desplazarse.

La ciudad, con unos 20.000 habitantes, es la mayor de la región de Gemer y su capital administrativa, tiene cierto movimiento turístico, aunque casi exclusivamente local, como base para el descubrimiento del Parque Nacional Slovenský kras, se sitúa en un valle, junto al río Slaná y fue un importante centro minero histórico, donde se extraía oro, plata y cobre. De esa época queda un reducido pero muy interesante casco antiguo, rodeando una inmensa plaza rectangular en la cual, como es habitual, confluyen los itinerarios históricos de relación con el exterior, que siguen siendo, hoy en día, los principales, de ahí que sea ahora, además, como también suele ser norma, un gran espacio para aparcar y hacer compras. La ciudad antigua se funde de inmediato con un vasto crecimiento exterior, no excesivamente denso, ya que se desarrolla, en gran parte, según urbanizaciones de casitas unifamiliares, el resto son torres y bloques aislados de vivienda colectiva que trepan por las colinas que delimitan el valle y se mezclan con los frondosos bosques de ese entorno.

La plaza tiene en su parte central una especie de isla, en forma de pequeño parque arbolado y, destacando sobre las copas de esos árboles, sobresale la torre de lo que fue el antiguo ayuntamiento gótico y a la que se añadió a mediados del diecisiete la Iglesia de los Jesuitas. De esa época medieval de la torre municipal, se conserva también, junto a ella, una hermosa hilera de tiendas, casas de bajo y una planta que delimitan uno de los laterales de la iglesia.

El lado Norte de la plaza es el frente más noble de la misma y está ocupado, en su mayor parte, por el Monasterio franciscano y el Palacio Episcopal, en una de las esquinas, la iglesia de Santa Ana cierra la perspectiva hacia el exterior y adelanta su torre como contrapunto. También en ese lateral está la Columna de la Peste, monumento común en los espacios públicos de origen histórico, como agradecimiento tras la finalización de la epidemia de cólera en 1711. Al otro extremo, otro hito escultórico, esta vez un monumento modernista dedicado a la memoria de Frantiska Andrássy, gran benefactora de los pobres.

Parece que, como en otros casos similares, las viviendas nobles que hacen frente a la plaza, conservarían las entradas a las minas que horadan todo el subsuelo de la misma, algo que nos gustaría haber constatado, quizá en el Museo de la Minería que se encuentra a unas manzanas, pero, siguiendo la norma, ya se encuentra cerrado ahora, a primeras horas de la tarde. Es esto algo que nos hace desistir de acercarnos a Betliar, otra de las residencias de los Andrássy, un palacio rodeado por un espléndido jardín inglés de cerca de 80 hectáreas.

El calor intenso hace que emprendamos el regreso algo antes de lo previsto, nos detenemos primero en el centro comercial "Billa", marca que apreciamos mucho, sobre todo cuando dispone de platos precocinados locales, siempre muy sabrosos y bastante representativos de la gastronomía nacional, que nos permiten imaginar como son las comidas en casa a diario.

Llegamos a nuestro campamento de Krasnohorske Podhradie a las 17.15 y nos preparamos para otra noche en la tranquilidad del bosque, al interior del cual, tras la exigua tela metálica del cierre del cámping, pasa un lugareño buscando setas que nos saluda.

domingo, 29 de marzo de 2009

Zádielska Dolina




Este valle es otra de esas espinitas clavadas, una curiosidad natural que no tuvimos tiempo de encontrar en otra de nuestras anteriores visitas al país. Esta mañana (un 11 de Agosto del año 2008, las fechas reales no tienen nada que ver con el día en que ahora voy pasando las notas al blog) salimos decididos a conquistar por fin el valle de Zadiel, pero tampoco va a ser fácil.

Las ayudas son el navegador y el mapa, olvidémonos de que exista ninguna señal de carretera que señale Zádielska Dolina, como mucho, indicarán el pueblo de Zadiel, tampoco el navegador admitirá como destino nada que no sea Zadiel.

Lo del mapa es más grave, pues, como comprobaremos, incluye un error en su localización, de lejos se ve el valle claramente, una montaña partida por una profunda hendidura que se alza sobre un paisaje sensiblemente plano. Sin embargo, el desvío lateral hacia la población donde supuestamente se encuentra no es el que señala el mapa, lo averiguamos cuando recorremos uno de estos pueblos en fondo de saco hasta su punto más profundo y la gente nos mira con cierta extrañeza, dándonos la bienvenida a un lugar en el que seguro no se ven muchos viajeros extranjeros.

El segundo intento, el intuitivo, es el que da resultado, aunque sospechando el habitual remate del fondo de saco, dejamos el coche a unos cien metros de donde se ve un pequeño aparcamiento para excursionistas y la barrera que impide el paso de vehículos a un sendero que recorre, a lo largo de unos tres kilómetros, el estrecho cañon que ha horadado un curso de agua en la caliza hasta alcanzar profundidades de 300 m. y un ancho, en algunas zonas de tan solo 10 m.


Al principio el camino se hace un poco incómodo porque coincide con el extremo del cañón, donde la abertura es más amplia y el día es caluroso, pero pronto se adentra en esa zona profunda y sombría, donde la vegetación trepa buscando la luz de las zonas altas y los árboles crecen en cualquier resquicio de la roca. El riachuelo sigue abriéndose paso entre la frágil caliza y salta ruidoso de roca en roca, tanto que es difícil escucharse cuando uno habla, de vez en cuando, algún cartel indicador informa sobre las peculiaridades geológicas , botánicas o acerca de otras características de esta brecha en el paisaje, el itinerario puede hacerse de forma circular, pero, como no sabemos cuanto tiempo habría de llevarnos, lo haremos solo a lo largo del tramo de la garganta, un total de dos horas, aproximadamente.


Al final del recorrido hay una cabaña de madera, probablemente una antigua vivienda rural, que es ahora un bar y sencillo restaurante, con un gran porche sombreado, el mobiliario y el interior tienen ya más de cincuenta años, la juventud la pone quien ahora regenta el local, una mujer en la barra y dos hombres en la cocina, coincidimos con una familia con varios niños que han pasado la noche acampados en el prado adyacente al bar y que, ahora, están haciendo sus mochilas para continuar su excursión, otros dos jóvenes llegan también con sus mochilas y ocupan una mesa cercana, se toman un gulash y una copa de ese aguardiente que es el habitual aperitivo local. Hemos pedido también gulash y una cerveza porque era casi lo único que podíamos entender de los posibles platos de comida y lo poco que conseguimos conversar en inglés con quien servía las mesas tampoco ayudó, aunque, como siempre, la amabilidad fue siempre fundamental. La chimenea de la cocina humea y nos llega ese olor que más tarde, a lo largo de este viaje, al fin identificaré, un aroma que me resulta casi repulsivo y no sé explicar todavía por qué, pues la comida siempre es de calidad, casera y muy sabrosa. El gulash es aquí ya claramente más una sopa que un guiso de carne, muy caldoso, se sirve con unas buenas rebanadas de pan tradicional, de las que, ya descubriremos, solo cobrarán las consumidas. Para terminar, un estupendo café y un rato de reposo antes de emprender el camino de regreso al aparcamiento, desandando todo el valle.

Hacia Eslovaquia







Dejamos Hranice por la mañana en dirección a Roznov, y, atravesando casi todo el país, unos 250 km. en total, que hechos por carretera, suponen casi 5 horas de viaje, pasamos por Makov, Zilina, Martin, Ruzomberok, Poprad y Roznava, algunas de estas, son localidades que ya conocemos de otro intenso viaje que hicimos por Eslovaquia, por eso hemos elegido como punto de parada (en dirección a Hungría) un pequeño cámping en un lugar llamado Krasnohorske Podhradie, un emplazamiento maravilloso a los pies del castillo de Krasna Horka, reconocido como uno de los más hermosos y mejor conservados de Eslovaquia.
El castillo, convertido en palacio, es ahora un museo, antes de lo cual, fue la residencia de una familia de nobles de origen húngaro, los Andrássy. Como curiosidad próxima, situada al borde de la carretera, en un monumental mausoleo modernista, de planta circular y coronado por una cúpula, reposan los restos de Frantiska, la mujer de uno de sus últimos inquilinos, una cantante de ópera checa que, por su origen plebeyo, nunca fue aceptada por la familia, de ahí la elección de erigir un magnífico panteón, pero a una cierta distancia de la residencia del resto de los miembros de la nobleza.


Toda esta región, conocida como "Slovenský kras" es de un gran interés, sobre todo por sus curiosidades naturales, como las más de 4.000 cuevas que forman parte de un conjunto kárstico compartido con Hungría, al otro lado de la frontera y que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad. Alguna de las cuevas ya la conocemos de ese anterior viaje, aunque debemos advertir, como siempre, que uno no debe esperar encontrarlas señalizadas y que su localización constituye siempre una curiosa aventura de final inesperado. Es imprescindible hacerse con un buen mapa, porque el navegador no siempre nos guía adecuadamente, y en este recorrido ya nos ha gastado alguna mala pasada. Haciendo carretera cruzamos varias zonas montañosas donde hileras de gitanos o gente que malvive en las mismas con muy pocos recursos, se sitúan en la cuneta y tratan de vender a los automovilistas unos enormes boletos y otras setas de apetitoso aspecto, así como diversas bayas comestibles, la tentación de parar es muy grande, pero cuando uno aminora la marcha del coche, enseguida comienzan a correr varios hacia el punto donde piensan que vas a parar y no tenemos muy buenas experiencias de ese tipo de contactos, no porque nos haya pasado nada, sino porque te parece que deberías comprarle algo a todos, especialmente a los niños, y nunca podremos ayudar lo suficiente.


Fue el mapa el que nos permitió ahora llegar al cámping sin problemas, está en medio de un bosque y, entre los abetos, se ve el castillo dominando el horizonte, sobre una colina. El suelo está muy húmedo por las recientes lluvias, la gente de la recepción no parece muy aficionada al trabajo y, por suerte, regentan también la cervecería, lo que les permite descansar siempre ante una buena jarra. Los baños están en casetas prefabricadas, como esas de las obras y, a medida que se van estropeando, tal como comprobaremos a lo largo de nuestra estancia, los van clausurando, de forma que puede que, a final de temporada, haya que hacerlo todo en el río.


Antes de cenar nos acercamos andando hasta el castillo, que, por supuesto, hacía un rato que ya había cerrado sus puertas, es sin embargo un paseo muy agradable en el que no se invierte mucho tiempo, también lo fue el recorrido tranquilo por las calles del pueblo junto al que estamos.


La noche es sobrecogedoramente silenciosa, si no fuese por esos misteriosos sonidos de la fauna del bosque, esos que nos hacen revivir el miedo de nuestros ancestros, cuando dormían en medio de lo desconocido, quizá en alguna de estas cuevas cercanas.

sábado, 28 de marzo de 2009

Un ecomuseo y Novy Jicin











Por la mañana salimos de nuestra cabaña de Hranice hacia Roznov pod Rahostem, una pequeña ciudad, de un tamaño aproximado al de esta en que nos encontramos, pero donde lo moderno predomina, salvo por el denominado Museo de Valaquia al aire libre, donde se acumula una recreación de la arquitectura tradicional en madera de los valacos, pastores que vivían en Moravia y en algunas zonas de Eslovaquia, trasladando antiguas edificaciones que son recuperadas y acondicionadas en un entorno que repite lo que podría haber sido el suyo original.


Llegamos al gran aparcamiento del museo al aire libre a las once de la mañana, y lo hacemos ya demasiado tarde para el horario local, es sábado y, al contrario que otro museo similar, de mucho mayor interés, que visitamos en su día en Eslovaquia, este está a rebosar de gente, apreciamos su consideración casi como de orgullo nacional y el flujo incesante de visitantes locales que acoge.


Llueve intensamente y la visita no va a ser muy cómoda, como contrapartida, disfrutamos de gran variedad de productos regionales que vamos acumulando de puesto en puesto de un pequeño mercadillo tradicional que tienen montado como una atracción más, haciendo ya de este picoteo las funciones de comida improvisada.


La visita combina una parte a nuestro aire, recorriendo las distintas edificaciones y conjuntos, a modo de pequeñas aldeas, con sus distintas construcciones accesorias, así como la iglesia, escuela,etc., con una parte guiada que nos lleva por los tres molinos hidráulicos que constituyen el mayor foco de interés del museo, entre los que destaca el de los herreros y, por lo curioso de la elaboración, el destinado a obtener aceite de semillas. Resultó también curiosa la espera, cuando una chica nos explicó como funcionaba la visita en un perfecto checo del que apenas logramos adivinar alguna palabra y tras observar nuestra cara, tratando de escudriñar algún resquicio inteligible en esa lengua, se dio cuenta de que eramos extranjeros, puede que los únicos este sábado en el museo. Tras unas frases en inglés, nos facilitó un librillo con textos en inglés, lo que nos ayudó bastante, pues el resto de la visita guiada fue también en checo.

Después de la húmeda visita al museo al aire libre, nos dirigimos hacia Novy Jicin, otra pequeña ciudad que conserva un interesante casco antiguo medieval y, como es habitual, una impresionante plaza porticada en la que sobresalen las viviendas más antiguas, con robustos soportales. La geometría de la plaza ordena todo el conjunto, con fachadas coloreadas que siguen una evidente homogeneidad de cornisa, sobre la cual sobresalen las torres de los edificios representativos del poder religioso o civil de la época que se encuentran próximas a ese corazón de la villa. La casa del alcalde se adelanta a la alineación de uno de los frentes de la plaza y eleva sus arquerías sobre los dos pisos superiores, a modo de logia.
La ciudad, que presume de su patrimonio histórico, como renovado centro de atracción turística local, así como de su carácter tranquilo, se nos muestra tal y como se promociona, porque es sábado, las cuatro de la tarde y está todo cerrado, salvo un par de cafés, que tampoco tienen mucha clientela.Poca gente paseando y todo el conjunto histórico a nuestra disposición, para ser disfrutado con esa tranquilidad de la que los lugareños hacen gala.
Como curiosidad, decir que aquí hubo una floreciente industria textil en el diecinueve, cuando la villa era famosa por la fabricación de sombreros, actividad a la que ahora se dedica un museo, pero de museos ya hemos tenido bastante por hoy y, además , sospecho que a esta hora ya habrá cerrado.
Regresamos con tranquilidad, también, al cámping de Hranice, con tiempo para hacer una parada de aprovisionamiento en un supermercado de la cadena local que más apreciamos, denominada "Billa". Todo con tiempo para tomarnos una infusión y leer durante un buen rato en nuestra pequeña cabaña de madera.

De Kosmonosy (Mlada Boleslav) a Hranice.




Ha llovido casi toda la noche, aunque con poca intensidad y de forma muy intermitente, la mañana amanece dando una pequeña tregua, cosa que permite el secado de la tienda y poder recoger sin mayores problemas. Salimos a las 10.30 am. hacia Hranice, siguiendo carreteras secundarias con ayuda del navegador. Todo discurre con normalidad hasta que nos aproximamos a nuestro destino, ahí es donde el aparato se empeña, sin que se lo hayamos indicado, en llevarnos a Hranice Estación, que como es obvio, queda algo lejos del centro. La enmarañada forma en que los crecimientos exteriores envuelven a la ciudad histórica tampoco permite adivinar muy bien el camino, el acceso al cámping tampoco está señalizado y conseguimos adivinarlo por las indicaciones de la guía, tras un estrecho pasaje bajo la vía del ferrocarril, omnipresente en esta ciudad, llegamos a la entrada, la chica de la recepción habla inglés, y eso es ya una ventaja. Como el tiempo está todavía inestable, elegimos pasar la noche en una pequeña cabaña (hay de distintos tamaños) y a la media hora comienza, de nuevo, a llover intensamente, hacemos una pausa y cuando pasa la tempestad nos acercamos al centro histórico andando, un paseo no muy largo y agradable.


Hranice tiene unos 20.000 habitantes y el casco antiguo, que conserva parte de sus antiguas murallas, se adapta al perímetro protector que le proporcionaba el río Becva y dos pequeños afluentes que desembocan en él al Este y Oeste de la villa, respectivamente, el centro es el remate de un itinerario bifurcado en dos calles principales antes de acceder a una monumental plaza rectangular y que luego se prolonga para franquear el río.
Al sistema de doble muralla que protegía la ciudad, se unía un importante castillo gótico, posteriormente transformado en un hermoso palacio renacentista que ahora destaca como la más imponente construcción del núcleo antiguo, a escasa distancia de la gran plaza, en el centro de la cual se alza la iglesia de San Juan Bautista, compitiendo su coloreada fachada con el conjunto de edificaciones que cierra los laterales de ese gran rectángulo central, muchas de ellas con los bajos porticados, a los que se abren todo tipo de comercios.
Son solo las 19.15 pm. y la plaza está desierta, los comercios cerrados, incluso las cervecerías y restaurantes, así que disfrutamos de una visita turística solitaria, aunque echamos en falta el bullicio que adivinamos a otras horas y que, otra vez, nos recuerda que estamos en la Europa Central, aunque sea verano y la noche todavía vaya a tardar algo en llegar.
En las afueras de la muralla, donde ahora la ciudad se prolonga en ese interminable fluir de casitas y bloques lineales del paradigma moderno del nuevo alojamiento de masas y la carretera de Olomouc, está un cementerio judío, referencia histórica ineludible a un un importante grupo de población que se asentó aquí a partir del s. XVII.
Volvimos al cámping atravesando otra zona de chalecitos, algunos de principios del s. XIX. Nuestra minúscula cabaña para dos personas tiene incluso un pequeño porche a la entrada, pero el tiempo no invita a disfrutarlo, desde la ventana del fondo podemos adivinar el paso del tren entre los árboles, y es que el ferrocarril significó mucho también para esta ciudad la línea de Viena a Cracovia la atravesó allá a mediados del diecinueve.