viernes, 7 de mayo de 2010

Una parada para comer

Una para comer y otra comercial, habría que decir. La primera, en un restaurante donde ya tenemos reservada una gran mesa (las otras están casi totalmente ocupadas por gente del país) nos permite descubrir, una vez más, las delicias de la gastronomía turca. Sobre todo por los entrantes ("meze"), que han sido abundantes y muy variados: hígado de cordero, hojas de parra rellenas y otras muchas especialidades regionales, después, una sopa de lentejas y menta, ese fabuloso pan de pita recién horneado, pizza turca con queso de cabra y un kebab que se cocina sellado en una olla de barro, acompañado con bulgur y arroz, de postre el ineludible yogur con miel, que acompañamos, por primera vez, con un café turco que dejamos reposar el tiempo de rigor antes de tomarlo.
La bebida y los cafés, que nunca están incluidos en lo que ya hemos pagado por el conjunto del viaje, se puede pagar en euros, moneda que admiten en prácticamente todos los comercios y suele salir mejor pagar así, siempre ejercitando la técnica del regateo, aunque nos cueste, el no hacerlo es también un desprecio hacia la forma de comerciar de esta gente.
La salida se ha complicado y creo que, con ella, el resto del día. A cuatro personas se les ha ocurrido la brillante idea de pasar del restaurante, porque no llevaban incluida pensión completa y buscarse un sitio de comer por su cuenta, se han desplazado varios kilómetros y no encontraban medio de transporte para volver. Salimos más de media hora tarde.
La parada comercial, en una joyería, supuestamente incluía una explicación y demostración de como se elabora la turquesa, pero al llegar tarde, rompemos la planificación de esta inmensa nave dedicada a la venta y fabricación de joyas, algo que incomoda a algunos, ya que ven solo ese afán mercantilista y nada más en este alto en el camino. Se está haciendo de noche ya (poco más de las cuatro y media de la tarde) y hace bastante frío, llueve un poco también.
Nos reciben con el famoso té de manzana. Los comerciantes siempre ofrecen un té cuando se entra a ver la tienda, algo que no obliga a nada por ninguna de las partes, pero que permite al vendedor exponer sus habilidades en su propio terreno (el interior de la tienda) por eso siempre insisten en que uno pase al interior.
Ni las joyas ni sus precios nos han parecido muy interesantes, no porque no lo sean, sino porque nunca nos ha llamado la atención gastar dinero en algo tan poco funcional. Por eso, una vez echado un vistazo a la magna exposición, salimos al exterior. Un empleado nos dice que ahí se está muy incómodo, que mejor vayamos a una zona cubierta del taller. Ahí descubrimos el lado de los trabajadores, la iluminación, el ambiente acondicionado, el lujo en la decoración, quedan sustituidos por el cemento, unos bancos de madera desvencijados y una estufa de leña que, por suerte, alguien ha podido realimentar en cuanto llegamos.

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