Durante todo el día hemos recorrido las carreteras de una Anatolia rural, en el paisaje pequeños pueblos, minaretes y antiguas casas troglodíticas, rocas erosionadas, a determinadas horas nos cruzábamos con microbuses escolares que dejaban o recogían a los niños, ellos siempre de traje oscuro y corbata, ellas con sus vestidos más coloridos, algunos con dibujos de personajes infantiles que ya pertenecen a la cultura global. Conviene que recuerde aquí la absurda forma de mirar por encima del hombro las miserias de un país emergente que se deduce de algunos comentarios de mis compatriotas en el autobús, quizá gente de frágil memoria o de una región mucho más próspera, históricamente, que la mía y, desde luego, poco viajados. Aquello que sienten como subdesarrollado, nos caracterizó a nosotros, como país, no hace tanto tiempo, incluso el integrismo religioso (reserva espiritual de occidente) algo que, hasta el momento, no me ha intimidado en ningún tramo del viaje.
La vuelta, habiendo anochecido ya, aunque temprano para nuestra latitud de origen, incluye una parada en un hamam a las afueras de Ürgüp, con su cúpula repleta de óculos vidriados, allí se quedan quienes se han apuntado a una sesión de baño turco. Los demás seguimos viaje unos minutos más en el autobús hasta el hotel.
Apuntarse a todas las excursiones o actividades paralelas, aparte de encarecer mucho este económico viaje, debe acabar por crear una insoportable situación de estrés, algo indeseable en vacaciones. Por eso hemos elegido solo la noche folclórica, hoy, después de la cena y de que regresen los del hamam, no iremos los dos, así que la describiré de segunda mano.
Tras la noche folclórica existe también la posibilidad, para quien se haya apuntado y si las condiciones meteorológicas lo permiten (ausencia de lluvia y viento fuertes, sin helada o nieve) de hacer un trayecto en globo, para lo que deberán levantarse muy, muy temprano.
La representación, en una sala acondicionada al interior de una edificación troglodítica, se acompaña con todo tipo de bebidas, incluido el rakj, ese anís fuerte que se puede tomar diluido en agua, un alcohol que parece ser consumido por todos los turcos, una especie de bula aquí respecto a la prohibición religiosa. Se escenifican bailes tradicionales de distintas regiones del país, la danza de los derviches y, por supuesto, la del vientre, así como un baile al exterior iluminado y coreografiado con fuego, amenizados por el sonido, en vivo, del clarinete y el davul, imprescindible como acompañamiento de percusión.
Yo me he quedado en el hotel, anotando algunas cosas del viaje y viendo la tele, en la que descubrí una especie de programa tipo "los 40 principales" en el que se pasan vídeos de poptürk, esa increíble mezcla de sonidos árabes y pop-rock que, con sus diferencias de calidad según los artistas, resulta siempre sorprendente y refleja un poco esa pugna constante entre la tradición a conservar y la fusión de culturas. Tendré la suerte también, a la noche siguiente, de sintonizar un programa especial dedicado a un artista llamado Erkin Koray, al que rinden tributo otros músicos, donde van repasando su trayectoria de esa especie de rock mestizo, salpicada con imágenes de sus distintas épocas, que van cambiando desde un look a lo Elvis hasta la melena del período heavy o el aspecto aseado de los nuevos románticos, todo un viaje generacional que se va reflejando también en las canciones que van reponiendo.
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