Salimos de Telc por carretera hacia Slavonice. De camino, recorriendo una zona rural, pasamos por varios campos donde se cultiva la amapola. Queremos dejar constancia de ello con una foto porque ya en varias ocasiones, cuando hemos explicado que en Alemania, república checa, Eslovaquia y otros países de la Europa Central se utilizan sus semillas en grandes cantidades para diversas preparaciones culinarias, pasteles y panes, algunas personas nos han mirado incrédulos sin entender que eso se coma. La primera vez que la probamos en una especie de brazo de gitano, relleno con pasta dulce de esas semillas pensamos que era una especie de chocolate o cacao.
Slavonice tiene un casco antiguo muy interesante, todavía se puede entrar al mismo según sus dos puertas principales gótico-renacentistas. Desde la situada al Oeste, pasando bajo sus arcos entramos en la plaza Dolní námestí, un inmenso espacio triangular que se abre hacia una manzana con forma redonda, en cuyo interior se alza la iglesia de la Asunción. Puede que como resultado de quedar inicialmente dento de un perímetro menor también fortificado.
La ciudad se fundó en el siglo XIII, con el nombre de Zlabings, cuando formaba parte de un itinerario de unión con Viena, su posición estratégica cerca de la frontera austríaca convirtió a esta población en un recinto sumamente cerrado durante los tiempos del telón de acero, pero, como podemos comprobar ahora, esa misma posición hace que goze de una renovada afluencia turística. Hemos coincidido con una marcha cicloturista de ese país vecino.
Todo el conjunto edificado de Slavonice es de gran belleza y muy uniforme, destaca su patrimonio de casas góticas y renacentistas, con fachadas profusamente decoradas mediante la técnica del esgrafiado, sobre todo en la gran plaza triangular y en la que se encuentra tras esta, una vez pasada la iglesia, en este caso de forma rectangular alargada, una especie de calle ancha (Horní námestí).
Como siempre, el color de las fachadas, los hastiales, la uniformidad de altura de las casas y la conservación del patrimonio histórico (sin duda favorecido por el aislamiento de la zona durante el período comunista) ajeno a desarrollos modernos, configuran un conjunto de gran valor.
Después de haber comido algo tarde en una de las terrazas que se extienden por la plaza de uno de los restaurantes locales, salimos de regreso a nuestro emplazamiento en Trebic para visitar la ciudad al atardecer, antes de retirarnos.
Llegamos a Trebic y aparcamos en una plaza justo al borde del casco antiguo. Huelga ya decir que ver estas ciudades a media tarde es encontrarlas ya casi dormidas, tenemos la ventaja de que el ticket del aparcamiento a esta hora y con el gasto mínimo ya nos incluye hasta la mañana del día siguiente.
La ciudad antigua está bastante desfigurada por la irrupción sin complejos de lo moderno. Aunque se ha mantenido la escala de la edificación, lo nuevo afea a lo antiguo que se ha conservado. El centro está en una hondonada, al borde del río Jihlava y ha crecido mucho con urbanizaciones entre el verde. La plaza principal, la Karlovo námestí, se extiende alargada siguiendo una manzana de cierre que bordea el río, a ella asoma la torre la iglesia de Sv. Prokop y conserva alguna casa con la fachada decorada con esgrafiado.
El mayor atractivo de Trebic está al otro lado del Jihlava, en esa orilla, ascendiendo por la colina, se ha conservado aislado el ghetto judío, que ahora ha sido rehabilitado profundamente, mereciendo la declaración de Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco. La visita a la colina de Hrádek es un poco exigente, por lo empinado del terreno. Los rincones más pintorescos del barrio judío se encuentran en las callejuelas que evitan el itinerario principal y, en la parte más alta, entre árboles, se llega al cementerio (Zidovský hrbitov) que es una especie de parque romántico en el que se encabalgan unas lápidas sobre otras, algunas de épocas remotas, y se adivina la ciudad y el río allá abajo a lo lejos.
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