Después de más de cuatro horas de vuelo, anquilosados por lo exiguos que se hacen los espacios cuando cada pasajero toma la opción de personalizar su plaza (reclinar a tope su asiento hasta que casi toca la cabeza de quien prefiere ir con la espalda más recta) tomamos tierra suavemente en el aeropuerto de Nevsehir, la capital de Capadocia y su ciudad más poblada.
El aeropuerto queda lejos del centro y, cuando uno llega, no siente que pueda haber una aglomeración urbana en las proximidades, el paisaje ondulado apenas muestra alguna vivienda rural. Se nota ya el frío en este aeródromo asequible a los de provincias, tan semejante a lo que era el de nuestra ciudad hace veinte años. Descendemos del avión por la escalerilla y atravesamos a pie un tramo de pista hasta entrar en la terminal.
Previo al control de pasaportes y antes de abonar la tasa de visado, cruzamos una cámara de infrarrojos que manejan unos funcionarios con mascarillas, también aquí están dando mucha importancia a lo de la gripe A.
Al salir de recoger el equipaje ya están los guías esperándonos para distribuirnos en varios autobuses, va a ser el grupo con el que hagamos la mayoría de las excursiones. Nuestra guía se llama Ayla y habla muy bien español, aunque dice que lo ha aprendido en un curso intensivo en Salamanca de muy corta duración y lo perfecciona en su trabajo diario.
Nos va explicando varias cosas acerca de las salidas en autobús, la estancia en el hotel y un poco de los aspectos generales de la región y el país. Es este un punto importante, porque más adelante nos informará acerca de muchas de las cuestiones cotidianas de la vida en Turquía.
De camino al hotel vamos a hacer ya algunas paradas, la primera será Uçhisar.
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