Abandonamos Bratislava bastante temprano y conducimos por autopista en dirección a Brno, hemos vuelto a entrar en la República Checa y de nuevo, el mismo atasco en las cercanías de esa ciudad, justo antes de la circunvalación tomamos la autopista hacia Praga y poco después de hacerlo, la abandonamos para seguir por carretera hasta Trebic, en la zona sur de Moravia, donde hacemos etapa en un bungalow del cámping situado a las afueras de la ciudad, en medio de un bosquecillo, hemos visto una furgoneta Wolskvagen con placa española al llegar. Cuando me acerco a los baños escucho a una chica que grita: "¡Cuidado, que va a entrar alguien!".
No sé si ya he explicado que en estos países se conservan todavía muchos hábitos de la época comunista, como el de saludar a todo camarada con el que uno se cruza o ducharse en estrecha convivencia con el resto de las personas de tu mismo sexo, como en el ejército o un gimnasio deportivo, por eso en los baños, salvo los retretes, se carece de intimidad, algo a lo que no siempre se acostumbran los visitantes de otras nacionalidades, de ahí que, mientras su marido se duchaba, la mujer estuviese montando guardia. Pronto entablamos conversación con esta simpática familia navarra, sobre todo por eso de ser casi los únicos españoles que nos hemos encontrado fuera de Praga o Bratislava. Al decirles que somos gallegos, enseguida comentan lo que ya nuestra hija nos ha avanzado por teléfono, nuestro territorio arde este año por los cuatro costados sin que nadie sepa muy bien la causa pero seguro que no se debe a ningún tipo de influencia astral sobre los pirómanos. Curiosamente, después de tanto hablar de catástrofes naturales (o quizá artificiales) se levantó un fuerte temporal de viento y una enorme rama de uno de los árboles se partió de cuajo, asustando de muerte a este hombre, que corrió a alejar a su hija de debajo de la fronda.
Tras organizar todo en el interior de nuestra cabaña y vaciar el maletero, salimos hacia Telc (y aquí, otra vez, sin la grafía correcta los topónimos no han de sonar igual que en su lengua de origen). Es una pequeña ciudad que sorprende por su belleza tanto como por la unidad arquitectónica de su núcleo antiguo, revelando la importancia que debió tener en su día.
Para su defensa y protección, a modo de fosos, se abrieron unos grandes estanques que, además, abastecían de pescado a los moradores, por lo que el conjunto urbano se enmarca ahora en medio de un espacio naturalizado en el que siempre predominan las láminas de agua. Tras un gran incendio (curiosamente otra vez el fuego en estos días) devastó la ciudad allá a mediados del siglo XVI, el gobernador de Moravia llamó a afamados arquitectos italianos para reconstruir con gusto el castillo, pero su trabajo acabó abarcando una amplia remodelación de los principales frentes urbanos, dando a la localidad una uniformidad y calidad artística que le han hecho acceder a la declaración de Patrimonio de la Humanidad.
Telc es la suma de un castillo medieval, remodelado y convertido en residencia real, y una plaza, un inmenso espacio público que se abre en triángulo desde el vértice que ocupa el castillo. Las fachadas porticadas son casi todas espléndidas, muchas de ellas decoradas con auténticas filigranas de esgrafiado, técnica de revestimiento en la que se raspa una capa de cobertura todavía fresca para revelar el dibujo de otra que queda por debajo y que contrasta en color (blanco contra gris oscuro). Otras tienen ese carácter barroco centroeuropeo, donde las tonalidades alegres del color se resaltan mediante molduras y ornamentos que enmarcan los huecos.
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