miércoles, 26 de agosto de 2009

Bratislava, una capital junto al Danubio



Dejamos Levoca en domingo, a las nueve ya habíamos iniciado el viaje hacia Bratislava, en una mañana gris y algo lluviosa, pero a medida que hacíamos carretera el tiempo comenzó a mejorar. Del camino quedan las imágenes de unos grandes lagos con la bruma ascendiendo por las montañas y esas ciudades fantasma que han surgido en otros tiempos junto a una inmensa chimenea, donde antes no había nada, como las fundaciones medievales que colonizaban un territorio recién conquistado, en este caso por la industria y la fuerza del proletariado.
Llegamos al cámping de la ciudad, que se encuentra inmerso en una enorme área de ocio, alrededor de las dos de la tarde, alquilamos un bungalow muy grande y algo caro para los precios que veníamos pagando, bastante destartalado pero con un amplio porche y cómodo por lo espacioso. Los servicios quedan algo lejos y son como de barracón del ejército, desde nuestra ventana vemos a alguien haciendo esquí acuático en una lámina de agua gracias a un artilugio mecánico que arrastra el enganche de un cable. al otro lado, unos chicos muy jóvenes atienden una especie de chiringuito que apenas recibe gente mientras hacen sonar, en el aparato de música ambiente, canciones latinas de las que, incluso, taratean y repiten alguna frase, algo que nos resulta gracioso y nos hace sentir casi en familia. El cámping comparte su uso con los propios del lago junto al que se emplaza, es decir, con pescadores, bañistas, practicantes de distintos deportes... solo está cerrado al acceso de vehículos, que es exclusivo para los usuarios de sus instalaciones.
Ya después de comer, salimos en coche hasta el centro de Bratislava, una capital situada justo en un extremo alejado del centro del país, pero inmediata a la frontera con Austria y a escasos kilómetros de la de Hungría, encrucijada de caminos y culturas que le ha valido su elección como capital de este trozo desmembrado de la antigua Checoeslovaquia, en detrimento de Martin, ciudad que pugnó, hasta el último momento, por hacerse con ese privilegio.
Es imposible no fijarse en la amplitud de estas avenidas por las que accedemos a la ciudad, pensadas para que los tranvías y autobuses circulasen con fluidez pero no tanto en el transporte con medios privados e individualizados que ahora se adueña de las calles, como en cualquier otro lugar.
Llegamos a un punto muy céntrico y metemos el coche en un párking subterráneo, hay alguna plaza libre en superficie, pero las señales indican algo que se intuye como reserva y prohibición, un coche francés ocupa una de ellas, al salir del aparcamiento por el acceso peatonal, la policía está cubriendo la multa e intentando explicarle algo a los ocupantes.
El centro de Bratislava lo constituye su casco antiguo, muy compacto y reducido, extendido a lo largo de una serie de plazas entrelazadas, como toda ciudad de paso en la que confluyen diversos itinerarios históricos. Es un lugar muy animado, con mucha vida en las terrazas de los bares y en la propia calle, tanto que hay quien la considera como una especie de capital mediterránea del Este. Es uno de los pocos lugares del país donde uno se encuentra con turismo extranjero y, por supuesto, con excursiones organizadas de compatriotas, así como los inevitables italianos y orientales, pero tampoco es un lugar de afluencia masiva y la convivencia entre visitantes y nativos se hace, todavía, bastante llevadera.
Las calles peatonales del centro antiguo se llenan de gente a cualquier hora, desde la plaza Hlavné námestie, donde está el Ayuntamiento viejo (Stará Radnice), se puede llegar en unos minutos a la calle Michalská, auténtica arteria de actividad de este trozo de la ciudad, con el cierre al fondo de la torre y puerta de la desaparecida muralla, pasando por la Frantiskánske námestie y seguir el itinerario de coronación de los reyes húngaros, marcado con incrustaciones en el pavimento. En torno a este polo se visitan enseguida los principales puntos de atracción turística y puede entonces uno elegir en que calle o plaza le apetece sentarse a tomar algo y disfrutar del ir y venir de los paseantes. Enseguida nos encontraremos, a poco que nos desplacemos en dirección al borde del Danubio, con un gran espacio arbolado muy alargado en el que se sitúan el Teatro Nacional Eslovaco y el edificio denominado Reduta, ahora sede de la Slovenská Filharmónia.
En distintos lugares aparecerán pequeñas intervenciones artísticas en forma de esculturas en bronce a tamaño natural, un soldado napoleónico apoyado en un banco de parque, un operario asomando por la boca de un registro del alcantarillado y, cuando nosotros visitamos la ciudad, un montón de funambulistas haciendo equilibrios en cables que atravesaban de lado a lado las calles.

La ciudad decimonónica y los suntuosos edificios civiles modernistas o de estilo ecléctico predominan por toda esta zona de borde edificada tras la demolición de las murallas. El extremo de poniente del casco antiguo está dominado por el castillo (Bratislavský hrad), al pie del cual se extendía un pequeño barrio que fue cortado por el tajo de la circunvalación que conduce el tráfico de la autopista hacia el puente dedicado al movimiento nacional eslovaco de liberación (Most SNP), con su torre rematada por un restaurante panorámico, una obra siempre criticada pero realizada con el optimismo característico del régimen comunista, es decir, tenemos un problema, busquemos la solución racional al mismo (y eso significaba que la historia se hacía en el día a día y los monumentos del pasado tenían el mismo valor que la fuerza del progreso) de cualquier modo, algún día, pasada la purga del rechazo a todo lo que supuso tanto sufrimiento, se valorarán las cosas en su justa medida y se comprobará que, con unas acciones correctoras añadidas, el desastre urbanístico tampoco ha sido tan grande como se nos quiere hacer ver.

Lo que si se enseña ahora, como atracción turística también, es la arquitectura residencial de la Bratislava comunista, esa gran urbanización de superbloques del otro lado del Danubio, no sé si con orgullo o solo por hacer caja con las excursiones, pero el hecho es que esos edificios sembrados en un gran tapiz verde, salvando las deficiencias de habitabilidad, podrían ser el sueño no cumplido de la ciudad moderna y, junto a ellos, pugnan ya por situarse las grandes superficies comerciales de rango multinacional. Si algún signo monumental ha dejado el antiguo régimen, ese es tanto la vivienda masiva como el inmenso monolito dedicado a los soldados del Ejército Rojo que murieron luchando contra los nazis que se alza en la colina Slavín y que domina la silueta de la capital desde casi cualquier punto de vista posible. Y en ambos casos, la naturaleza los envuelve, quizá sin querer o quizá para hacerlos destacar, en cualquier caso, una fortuna para quien allí vive.




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