miércoles, 11 de febrero de 2009

Viajar al Este

Para los que habitamos este "Finis Terrae" de los romanos, viajar a cualquier lugar siempre es como peregrinar al revés, un Camino de Santiago desandado, una marcha en la que el sol se pone tras de ti a medida que avanzas y donde el regreso es el reencuentro con el hogar conocido, algo totalmente diferente a esa búsqueda de lo misterioso o del final del mundo que ha sido siempre nuestra relación lineal con Europa.
Por eso los viajes que voy a relatar son siempre, inevitablemente al Este, pero también van a serlo porque, efectivamente, se trata de países situados antaño bajo esa barrera del llamado telón de acero, países, casi todos ellos, poco propicios para el turismo (al menos de momento) pero vaya por delante que se trata de "viajar", algo muy diferente a hacer turismo.
Diré, antes de nada, que para este viaje hacen falta muy pocas alforjas, un coche, una tienda de cámping y algo de dinero. Como todo esto empezó por la República Checa, el coche fue un Skoda, la tienda una muy fácil de montar y desmontar, que tenga espacio para dormir y para estar a resguardo los días de lluvia sin tener que sentir claustrofobia, unas latas precocinadas para situaciones de emergencia, el material mínimo para cualquier salida con tienda de campaña, las imprescindibles guías de viaje (aunque para estos países no suelen servir de mucho) y nuestro bagaje personal, en el sentido más amplio de la expresión, constituirán el resto del equipaje.
El viaje de 2008 se inició alrededor de la idea de ir a Hungría, aunque de forma muy vaga y con pocos condicionantes, de forma que también contábamos con hacer varias etapas tanto en la República Checa como en Eslovaquia, sobre todo en lugares por los que habíamos pasado de largo (las vacaciones nunca son suficientes) en años anteriores.

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