viernes, 20 de febrero de 2009

Klokoci, Rovensko pod Troskani, Sobotka

Klokoci es una pequeña población rural frecuentada casi exclusivamente por el turismo local, que visita las formaciones rocosas que configuran el Paraíso Bohemio, algunas con esas caprichosas formas debidas a la erosión que las convierten en imágenes fotográficas inevitables, pero no debemos esperar una señalización específica de la mayor parte de estas curiosidades geológicas, pues aquí, para los no conocedores, el descubrimiento, constituye parte de la aventura del propio viaje. Las casas de Klokoci se agrupan en torno a la carretera, entre los campos de cereal de la llanura y un bosque sobre el que sobresalen, como alineados centinelas, la cornisa quebrada que dibuja un frente rocoso de arenisca. Una capilla excavada en la roca, en medio de ese bosque, nos da la bienvenida, rememora el martirio de un obispo en esta localidad cuando intentaba predicar, a unos lugareños poco receptivos, las virtudes del primer cristianismo.
Desde hace muchos años, como atestiguan las fotos del interior, se encuentra aquí, al fondo de una arboleda y en el camino de acceso a la montaña y sus curiosidades, frecuentado por excursionistas, una vivienda que es, a la vez, bar y casa de comidas. Una pareja joven se ocupa, con diligencia, de atender, al tiempo, tanto el bar como la cocina, el comedor y la terraza exterior, salvo por la música de fondo que se escucha de una emisora de radio y alguna nueva máquina de expender bebidas o helados, todo sigue perteneciendo al acogedor pasado de los acabados artesanales y del predominio de la madera, algo que le da calidez al ambiente, nos sentamos solos en una de esas inmensas mesas de compartir, además de nosotros hay una familia comiendo en un departamento separado lateral y algún lugareño tomando unas cervezas fuera, pedimos unos cafés, de esos grandes y caseros, no hay máquina express y, al salir, un helado, todo por 34 coronas, algo así como euro y medio. No es fácil entenderse pero la chica que nos atiende sabe algo de inglés y, como suele ser habitual, maneja el negocio con un gran optimismo y predisposición.

Seguimos conduciendo entre campos de cereal y manzanos, dejando atrás los riscos de Klococi asomando entre el bosque y la presencia constante del castillo Trosky, auténtico icono del paraíso Bohemio, un paréntesis entre el paisaje plano que lo rodea, caracterizado por estar levantado casi sobre dos montículos gemelos.
Pasamos por Zelezny Brod, una pequeña población extendida a ambos lados del río, en la que las implantaciones industriales y las torres de viviendas desafían de forma sorprendente al magnífico marco natural en que se encuentra, al que puede que incluso hayan salvado de males mayores.
Semily tiene ciertas similitudes con esta última ciudad, también al fondo de un valle y con lo que resta de su antigua estructura urbana definitivamente fundida en ese gran abrazo de la nueva vivienda en bloques aislados que trepan colina arriba y se mezclan con el bosque.

Rovensko pod Troskani es una población que sorprende por la amplitud de la plaza rectangular que atraviesa la carretera, disimulando su geometría regular con la nueva urbanización de espacios libres que recuperan el suelo hace poco invadido por los vehículos. Destaca especialmente el antiguo Ayuntamiento, con su hermosa fachada hacia la plaza.

De camino hacia Sobotka volvemos a encontrarnos con la vista lejana del castillo Trosky, luego pronto aparece un nuevo hito en el paisaje, una construcción rectangular asomando sobre la copa de los árboles que tapizan una colina. Se trata de un pabellón de caza barroco que se hizo construir muy cerca de esa población el conde Humprecht. De nuevo una gran plaza es el corazón de una pequeña, pero muy bulliciosa localidad, llegamos en el momento de mayor actividad comercial y hay un intenso trasiego de gente hacia los comercios y tiendas de alimentación que bordean ese amplio espacio libre, preferentemente protegidos del sol del mediodía bajo las arcadas de los bajos que cierran varios de los lados de la plaza.

Una bonita iglesia queda constreñida en una de las salidas laterales de la plaza, alzada sobre una elevación del terreno y dando la espalda a la calle. En Sobotka hay también un grupo de interesantes casas de madera, características de distintas épocas de la construcción tradicional, pero, como siempre, hay que descubrirlas entre el resto de la edificación.

A partir de aquí, hacemos el camino de regreso al cámping, con una parada previa en las afueras de Mlada Boleslav para hacer acopio de provisiones en un centro comercial de una cadena alemana. Se encuentra en una zona residencial donde predominan viviendas aisladas de los años 30 al 50, algunas de gran interés, como toda la ciudad, auténtica amalgama de historia y crecimiento racionalista, impulsado por la fábrica Skoda, con mucho verde por todos los intersticios y al borde mismo de un inmenso entorno agrícola.

Y ahora la excursión: Turnov, Klokoci, Sobotka...


Salimos del Museo Skoda, en Mladá Boleslav, para hacer un recorrido circular que pasará por varias poblaciones próximas y retornar al cámping al final del día. Nuestra primera etapa será Turnov.

Se dice que Turnov, una pequeña ciudad de alrededor de 15.000 habitantes, se encuentra en el corazón del Cesky Raj (y perdonad que nunca ponga esas tildes en forma de ángulo sobre las letras correspondientes) que suele traducirse como el Paraíso Bohemio, una región que se extiende en torno al espacio natural protegido que lleva ese nombre. Constituye, por lo tanto, un punto de partida y de hospedaje para los excursionistas que frecuentan la zona, debido a eso y a su situación, desde su fundación allá a mediados del siglo XIII en un promontorio dominando el río Jizera, sobre una importante encrucijada de caminos, el centro recoge siempre una frenética actividad. También, desde muy antiguo, la ciudad albergó una importante actividad artesana vinculada a la talla de vidrio o piedras preciosas para el montaje de joyas, ahora renovada con una Escuela de Artes Aplicadas dedicada al aprendizaje del oficio.

El centro gravita en torno a una amplísima plaza, de forma casi cuadrangular, a la que se asoman las edificaciones civiles más nobles de la localidad, entre las que destaca el Ayuntamiento y una construcción de principios del s. XIX en estilo neorrenacentista que ahora alberga a un banco local. El resto del casco antiguo, de modestas dimensiones, avanza, sin solución de continuidad, siguiendo las principales calles de salida desde la plaza y acaba fundiéndose con nuevas calles rectilíneas llenas de casitas unifamiliares y bloques exentos de varias plantas, siempre sin abandonar la compañía de lo verde, a uno y otro lado del río, aproximándose todo lo que puede a la autovía y sus nudos de enlace. En medio de la plaza, una antigua fuente con columna central coronada por una imagen de la Virgen, ocupa ahora, recuperada, el lugar que abandonara a principios de la década de los 50, cuando las autoridades comunistas, igual que otros imitadores, antes y después, se empeñaron en limpiar de cualquier tipo de mancha incómoda la "memoria histórica" de la ciudad.

Hay varias iglesias interesantes en Turnov, pero entre todas ellas destaca la silueta pesada de la imponente catedral dedicada al Nacimiento de la Virgen María, no tanto por sus valores arquitectónicos como por su volumen, tanto que aquí le otorgan el título de la mayor de Europa construida en estilo neogótico, sustituyendo a una anterior que había sufrido varios incendios y se encontraba en estado ruinoso. Junto a la iglesia, vale la pena internarse en el romántico cementerio entre los árboles que la flanquea por uno de sus laterales, como cualquier viajero haría en París por Père Lachaise o Montparnasse, solo que aquí desconoceremos la trascendencia de todas estas familias ilustres y su representatividad en la historia local o nacional.
La caminata y el estómago nos avisan que está próxima la hora de la comida, así que, tras renovar el ticket de aparcamiento al coche, estacionado allí en plena plaza, una suerte encontrar tan buen sitio, y esperando que nadie se moleste por disponer doblemente de una plaza destinada a rotar en su uso, buscamos un sitio donde tomar algo. Hay un restaurante que hace esquina con la propia plaza pero, avanzando unas cuantas casas más siguiendo una de las calles que embocan a la misma, hacemos un gran descubrimiento, una especie de autoservicio local, un lugar que, de no ser por los nuevos servilleteros con logos de marcas de refrescos multinacionales, podría seguir estando incluido en la ciudad de los años 50, en pleno pasado comunista del país. La comida casera de especialidades locales nada tiene en común con esos "fast food" de las cadenas al uso y mantiene la ventaja de poder ver los platos preparados y poder señalar con el dedo lo que uno quiere. Comimos casi como curas, como se suele decir, y por el equivalente de unos 10 euros en total para los dos. Un poco llenos de más, nos dirigimos de nuevo a la plaza para refrescar un poco el coche, ya muchas horas al sol, antes de proseguir con nuestra excursión.

martes, 17 de febrero de 2009

El Museo Skoda y una excursión






En 1895, un mecánico interesado por el diseño y un vendedor de libros amante del ciclismo (Václav Laurin y Václav Klement) formaron una sociedad para fabricar bicicletas en Mladá Boleslav. La afortunada combinación de una personalidad dirigida hacia las ideas y lo creativo con otra experimentada en las ventas y el mundo de la comercialización de productos no muy fáciles de colocar en el mercado, resultó tan fructífera que pronto pasaron de las bicicletas a las motos, simplemente añadiendo un pequeño motor y una polea que ejercía la función de la cadena para transmitir el giro a la rueda motriz. Este fue el inicio de lo que había de ser la marca Skoda, que estableció su sede en Plzen a partir de 1925, cuando empezó a producir los primeros automóviles, así como también camiones, autobuses, maquinaria agrícola y motores de avión.


El Museo Skoda de automóviles se encuentra ahora, como ya dije, en Mladá Boleslav, allí donde Laurin y Klement iniciaron su producción y adonde ha vuelto la fábrica, que por su extensión, es ya casi como media ciudad. Ocupa unas antiguas naves, que permanecen, de la zona donde se inició el desarrollo de la factoría. Es una exposición modesta, que va creciendo y modernizándose a buen ritmo, pero que hace un recorrido exhaustivo a lo largo de la historia de la marca, una de las más veteranas de Europa, con un gran número de vehículos anteriores a la Segunda Guerra Mundial, como su primer éxito de ventas, el Skoda 420 Popular, con sus diversas variantes, y todos esos modelos robustos y espartanos que caracterizaron el paisaje urbano y de las carreteras del país después de la guerra, en los años 50 y 60.


Se incluyen, además, muchas curiosidades, como las incursiones de la marca en el mundo de los rallyes y el automovilismo deportivo, o unas secuencias de imágenes que muestran la evolución del trabajo en la fábrica y su relación con la ciudad. Entre esas imágenes, un retrato con luces y sombras del período comunista, destacaré, por ser positivo, la gran cantidad de mano de obra femenina que participaba en las cadenas de montaje, un trabajo que asociaríamos más a los hombres, y algo que todavía no es frecuente en el resto de grandes marcas que conocemos, también descubriréis que, ya en esa década de los 50, muchas mujeres conducían un Skoda y eso, con el tiempo, también ha marcado diferencias respecto a nuestro país, por ejemplo.

Como hemos empezado bastante temprano la visita (una llamada de atención acerca del horario del Museo, que abre desde las 9 a.m. hasta las 5 p.m., y lo digo porque algunos a las 4,30 p.m. ya estarán cerrados, incluso en verano, y es que estamos en Centroeuropa, donde a las seis de la tarde la vida se detiene y se da carpetazo al día, aunque todavía queden horas de luz), iniciamos una excursión por carreteras secundarias, descubriendo todo un manojo de paisajes y localidades de interés.

Mlada Boleslav


Este destino es una deuda que tenía con la República Checa, gracias a una guía de viaje anticuada y que siempre me pareció escrita por alguien que había pasado de largo por la mayor parte de los lugares que describía. Así, cuando pretendí visitar el museo de la fábrica de automóviles Skoda, la guía me llevó a Plzen (la ciudad que da nombre a un tipo de cerveza, la pilsen), de gran interés, pero en la que ya no está la fábrica de automóviles y donde el destartalado museo que queda, en unas viejas instalaciones de la misma, está dedicado a motores e industria pesada, tal como nos explicó en aquel viaje el vigilante, después de llamar a un timbre, que era el medio utilizado para iniciar una visita que se ve no era muy habitual, fue él quien, por fin, nos dio la clave: "el museo está en otra ciudad, a más de 100 km. de aquí". Pero ese año ya no podíamos deshacer lo recorrido.

Me apasionaba la historia de la marca Skoda desde que descubrí en Praga aquellos descapotables clásicos que utilizaban para pasear a los turistas y cuando, viajando por zonas rurales, uno se cruzaba constantemente con aquellos vehículos económicos de la época socialista, casi siempre en perfecto estado y circulando por todo tipo de carreteras. Así que, aquí estamos, conduciendo hacia Mlada Boleslav, después de haber comprado la "viñeta" (esa pegatina para adherir al parabrisas que acredita el pago de una tasa para poder circular por las autopistas del país). En relación con esto último, sobre todo en Eslovaquia, conviene primero enterarse si la zona a visitar tiene autopistas, porque, aunque su construcción avanza a buen ritmo, es todavía una infraestructura muy escasa.

Nuestro destino es un cámping próximo a la ciudad de Mlada Boleslav, en un barrio de viviendas unifamiliares de las afueras, muy cerca de una de esas grandes vías de circunvalación, llamado Kosmonosy, entre la ayuda del navegador y el recuerdo de parte de un itinerario ya hecho otras veces, no tuvimos problemas para llegar, exceptuando las retenciones habituales en la travesía del área metropolitana de Praga (el viario de alta capacidad se interna en zonas con limitaciones de velocidad urbanas que conviene respetar, están muy controladas y suelen caer en la trampa muchos conductores foráneos, recomiendo siempre hacer lo que viereis en los nativos).

En el cámping nos decidimos por la tienda, en vez de las cabañas, (en este de distintos tamaños), una especie de bungalows en madera que abundan en todo este tipo de instalaciones a lo largo del país, sin lujos, pero habitualmente limpias, son también una forma cómoda y económica de viajar que ya hemos probado otros años. Los servicios del cámping, con un nombre que se relaciona también con un club automovilístico de Skoda o algo así, están muy anticuados, algo también muy habitual, y podemos imaginarnos formando parte de una excursión en grupo de aquellos tiempos oscuros del comunismo, así siguen desde entonces, pero ya sabéis que, para viajar, como para vivir, uno debe tomar lo que recibe con alegría, como alternativa a la ausencia, a la nada, es eso lo que nos hace felices.

Y también lo hará tomarnos un día de descanso tras tanta carretera y pedir una cerveza en el quiosco que hay junto a la entrada, que atiende también a los usuarios de una zona deportiva y de juegos exterior, como siempre, dejarán que os llevéis el vaso hasta donde estéis instalados y, cuando acabéis lo devolvéis a la barra. El bosquecillo que bordea el cámping está lleno de esas pequeñas parcelas de huerto con una cabañita, como una mini-casa, algo que siempre nos ha llamado la atención y de lo que desconocemos el origen en estos lugares donde se suponía abolida la propiedad privada, pues no parecen algo reciente.

lunes, 16 de febrero de 2009

Y todavía Francia y Alemania

Iniciamos el segundo día de viaje, porque Francia da para mucho, y sobre todo, el sistema radial de autopistas, centrado en la capital, hace que cualquier travesía en diagonal comporte siempre más tiempo del deseado. Conducir por autopista, aún sin necesidad de cumplir con expectativas de horarios por etapas (son las ventajas de viajar con el propio coche y sin destinos predeterminados) sigue causando un cierto nerviosismo y estrés, cada cambio de país significa también adaptarse a otras formas de circular y a esas reglas tácitas no incluidas en los códigos, pero evidentes para los que frecuentan ese tipo de vías a diario.
Es sabido, así, que en Francia el carril situado más a la izquierda debe quedar expedito cuando se acerca por el mismo un motorista a 200 km/h., independientemente de que uno se encuentre también adelantando y con otro vehículo más lento delante. Por eso después de rebasarte, te hacen ese gesto con el pie, que no sé lo que significa, pero supongo que algo así como querer darte una patada en los huevos. A veces me entran ganas de retarles a parar en la siguiente área de servicio y dirimir nuestras diferencias, porque, sin generalizar esto a todos los moteros, muchos, en cuanto se quitan el casco y demás protecciones, pierden el aspecto de superhombres y quedan reducidos a personajes casi tan diminutos como su masa encefálica, pero vamos a evitar ponernos a su nivel y... ¡traguemos toda la bilis que podamos!.
Pasar de Francia a Alemania significa ahorrarse mucho dinero en peajes. Para quien desconoce este país, lo de circular por autopista suele considerarse como el paraíso de los automovilistas, siempre te comentan lo mismo: "allí las autopistas son gratuitas", "no tienes límite de velocidad, puedes ir a la que te apetezca sin que te multen". La realidad es bien distinta, como son gratuitas, recogen todo el tráfico que podría circular por el resto de las vías interurbanas, los atascos son monumentales cada vez que uno se aproxima al entorno de influencia de una gran ciudad, las limitaciones de 120 y 80 km/h. son ya habituales en tramos con cierta peligrosidad (accesos y salidas de ciudades, zonas con fuertes pendientes, travesías de puentes o viaductos, áreas con abundancia de tránsito de vehículos pesados, etc.).
Así que, con cierto cansancio acumulado, decidimos detenernos antes de lo previsto y hacer noche en un cámping situado todavía en territorio alemán, aproximadamente a un centenar de kilómetros de Nuremberg, en una ciudad llamada Dinkelsbühl. Es una villa medieval preciosa, en la que estuvimos años atrás, por eso esta vez solo pararemos para dormir, pero recomiendo su visita, conserva sus murallas y es un ejemplo clásico de ciudad fortificada de planta circular. La curiosidad hace que esa forma urbana remede una parte del propio territorio en la región, resultado del impacto de un meteorito.
Como es habitual en Alemania, el cámping es de auténtico lujo, por su tranquilidad, limpieza, calidad de los servicios, jardinería,etc. Aunque montamos la tienda con rapidez, cuando finalizamos ya empieza a anochecer y se van amortiguando las voces de los niños, que ahora ya se van a dormir o se enfrascan en algún juego de mesa bajo los porches a la luz de una lámpara.

jueves, 12 de febrero de 2009

Atravesar España, atravesar Francia

Es este un itinerario que daría para muchos otros viajes, y de hecho, así ha sido desde que allá por los últimos años de los setenta empezamos a hacer carretera con un Renault 4, del que hemos tratado de mantener la ventaja del portón trasero en todos los demás coches que hemos tenido. Por entonces era impensable alcanzar Francia en un solo día de viaje y nunca podía calcular uno en que lugar iba a hacer noche, pues la llegada de la noche dependía más de si había más o menos camiones en la carretera, de si las travesías de poblaciones estaban saturadas de tráfico...Las autopistas son ahora una bendición para esas etapas de kilometraje, donde interesa tan solo la aproximación al destino, aunque ello implique haber perdido el placer de los recorridos pueblo a pueblo y el sacrificio del disfrute gastronómico del pequeño restaurante local para caer en manos de las grandes cadenas de áreas de servicio, por eso, a fuerza de ser prácticos y ahorrar tiempo, en ocasiones, vale más la pena hacer picnic con un zumo y un bocadillo.
También por practicidad habíamos hecho una reserva por Internet en un hotel económico de carretera, de los llamados Formule 1,en los alrededores de Burdeos, en Brive-Ussac, o más bien en medio de la nada, porque no había nada próximo que no fuese algún cruce de carreteras. Comprobamos que la estancia en este tipo de hoteles es siempre una sorpresa y, en este caso, nos tocó la parte mediocre. Fue nuestra segunda opción, pues el que ya conocíamos en la zona estaba cerrado por reformas, operación absolutamente imprescindible también en este de Brive.
En la recepción me atiende un chaval y, nada más comenzar a darle los datos de mi reserva, suena el teléfono, con esa exquisita educación que muestran con nosotros algunos franceses (y recalco esto de algunos solamente) lo descuelga sin mediar palabra y me deja a mi con la ídem en la boca. Después de unos quince minutos explicando a quien llamaba donde quedaba el hotel, por que carretera se llega mejor, que no tenía libre la habitación que solicitaba, la descripción de otras similares que si lo estaban...vuelve a atenderme como si nunca hubiese dejado de estar hablando conmigo, es decir, ni "perdón, es que tenía que atender esta llamada" (en francés, claro), ni nada por el estilo. No hemos empezado muy bien, así que subimos a la habitación, que apesta a desinfectante y, al cabo de un rato, acabo adivinando un fuerte olor a orines por todas partes, lo peor es que el suelo es de moqueta y parece venir de allí, o quizá del colchón y el desinfectante ya no consigue disimularlo. Cada vez que intuía en sueños ese olor, me daba tal repugnancia que acababa despertándome, entre eso y lo madrugadores que son los franceses cuando viajan (a las cinco de la mañana ya estaban rodando las maletas por los pasillos y los niños gritando), la noche no dio para mucho.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Viajar al Este

Para los que habitamos este "Finis Terrae" de los romanos, viajar a cualquier lugar siempre es como peregrinar al revés, un Camino de Santiago desandado, una marcha en la que el sol se pone tras de ti a medida que avanzas y donde el regreso es el reencuentro con el hogar conocido, algo totalmente diferente a esa búsqueda de lo misterioso o del final del mundo que ha sido siempre nuestra relación lineal con Europa.
Por eso los viajes que voy a relatar son siempre, inevitablemente al Este, pero también van a serlo porque, efectivamente, se trata de países situados antaño bajo esa barrera del llamado telón de acero, países, casi todos ellos, poco propicios para el turismo (al menos de momento) pero vaya por delante que se trata de "viajar", algo muy diferente a hacer turismo.
Diré, antes de nada, que para este viaje hacen falta muy pocas alforjas, un coche, una tienda de cámping y algo de dinero. Como todo esto empezó por la República Checa, el coche fue un Skoda, la tienda una muy fácil de montar y desmontar, que tenga espacio para dormir y para estar a resguardo los días de lluvia sin tener que sentir claustrofobia, unas latas precocinadas para situaciones de emergencia, el material mínimo para cualquier salida con tienda de campaña, las imprescindibles guías de viaje (aunque para estos países no suelen servir de mucho) y nuestro bagaje personal, en el sentido más amplio de la expresión, constituirán el resto del equipaje.
El viaje de 2008 se inició alrededor de la idea de ir a Hungría, aunque de forma muy vaga y con pocos condicionantes, de forma que también contábamos con hacer varias etapas tanto en la República Checa como en Eslovaquia, sobre todo en lugares por los que habíamos pasado de largo (las vacaciones nunca son suficientes) en años anteriores.