jueves, 27 de agosto de 2009

Visitando Trebic, Slavonice y Telc



Abandonamos Bratislava bastante temprano y conducimos por autopista en dirección a Brno, hemos vuelto a entrar en la República Checa y de nuevo, el mismo atasco en las cercanías de esa ciudad, justo antes de la circunvalación tomamos la autopista hacia Praga y poco después de hacerlo, la abandonamos para seguir por carretera hasta Trebic, en la zona sur de Moravia, donde hacemos etapa en un bungalow del cámping situado a las afueras de la ciudad, en medio de un bosquecillo, hemos visto una furgoneta Wolskvagen con placa española al llegar. Cuando me acerco a los baños escucho a una chica que grita: "¡Cuidado, que va a entrar alguien!".

No sé si ya he explicado que en estos países se conservan todavía muchos hábitos de la época comunista, como el de saludar a todo camarada con el que uno se cruza o ducharse en estrecha convivencia con el resto de las personas de tu mismo sexo, como en el ejército o un gimnasio deportivo, por eso en los baños, salvo los retretes, se carece de intimidad, algo a lo que no siempre se acostumbran los visitantes de otras nacionalidades, de ahí que, mientras su marido se duchaba, la mujer estuviese montando guardia. Pronto entablamos conversación con esta simpática familia navarra, sobre todo por eso de ser casi los únicos españoles que nos hemos encontrado fuera de Praga o Bratislava. Al decirles que somos gallegos, enseguida comentan lo que ya nuestra hija nos ha avanzado por teléfono, nuestro territorio arde este año por los cuatro costados sin que nadie sepa muy bien la causa pero seguro que no se debe a ningún tipo de influencia astral sobre los pirómanos. Curiosamente, después de tanto hablar de catástrofes naturales (o quizá artificiales) se levantó un fuerte temporal de viento y una enorme rama de uno de los árboles se partió de cuajo, asustando de muerte a este hombre, que corrió a alejar a su hija de debajo de la fronda.

Tras organizar todo en el interior de nuestra cabaña y vaciar el maletero, salimos hacia Telc (y aquí, otra vez, sin la grafía correcta los topónimos no han de sonar igual que en su lengua de origen). Es una pequeña ciudad que sorprende por su belleza tanto como por la unidad arquitectónica de su núcleo antiguo, revelando la importancia que debió tener en su día.

Para su defensa y protección, a modo de fosos, se abrieron unos grandes estanques que, además, abastecían de pescado a los moradores, por lo que el conjunto urbano se enmarca ahora en medio de un espacio naturalizado en el que siempre predominan las láminas de agua. Tras un gran incendio (curiosamente otra vez el fuego en estos días) devastó la ciudad allá a mediados del siglo XVI, el gobernador de Moravia llamó a afamados arquitectos italianos para reconstruir con gusto el castillo, pero su trabajo acabó abarcando una amplia remodelación de los principales frentes urbanos, dando a la localidad una uniformidad y calidad artística que le han hecho acceder a la declaración de Patrimonio de la Humanidad.

Telc es la suma de un castillo medieval, remodelado y convertido en residencia real, y una plaza, un inmenso espacio público que se abre en triángulo desde el vértice que ocupa el castillo. Las fachadas porticadas son casi todas espléndidas, muchas de ellas decoradas con auténticas filigranas de esgrafiado, técnica de revestimiento en la que se raspa una capa de cobertura todavía fresca para revelar el dibujo de otra que queda por debajo y que contrasta en color (blanco contra gris oscuro). Otras tienen ese carácter barroco centroeuropeo, donde las tonalidades alegres del color se resaltan mediante molduras y ornamentos que enmarcan los huecos.














miércoles, 26 de agosto de 2009

Bratislava, una capital junto al Danubio



Dejamos Levoca en domingo, a las nueve ya habíamos iniciado el viaje hacia Bratislava, en una mañana gris y algo lluviosa, pero a medida que hacíamos carretera el tiempo comenzó a mejorar. Del camino quedan las imágenes de unos grandes lagos con la bruma ascendiendo por las montañas y esas ciudades fantasma que han surgido en otros tiempos junto a una inmensa chimenea, donde antes no había nada, como las fundaciones medievales que colonizaban un territorio recién conquistado, en este caso por la industria y la fuerza del proletariado.
Llegamos al cámping de la ciudad, que se encuentra inmerso en una enorme área de ocio, alrededor de las dos de la tarde, alquilamos un bungalow muy grande y algo caro para los precios que veníamos pagando, bastante destartalado pero con un amplio porche y cómodo por lo espacioso. Los servicios quedan algo lejos y son como de barracón del ejército, desde nuestra ventana vemos a alguien haciendo esquí acuático en una lámina de agua gracias a un artilugio mecánico que arrastra el enganche de un cable. al otro lado, unos chicos muy jóvenes atienden una especie de chiringuito que apenas recibe gente mientras hacen sonar, en el aparato de música ambiente, canciones latinas de las que, incluso, taratean y repiten alguna frase, algo que nos resulta gracioso y nos hace sentir casi en familia. El cámping comparte su uso con los propios del lago junto al que se emplaza, es decir, con pescadores, bañistas, practicantes de distintos deportes... solo está cerrado al acceso de vehículos, que es exclusivo para los usuarios de sus instalaciones.
Ya después de comer, salimos en coche hasta el centro de Bratislava, una capital situada justo en un extremo alejado del centro del país, pero inmediata a la frontera con Austria y a escasos kilómetros de la de Hungría, encrucijada de caminos y culturas que le ha valido su elección como capital de este trozo desmembrado de la antigua Checoeslovaquia, en detrimento de Martin, ciudad que pugnó, hasta el último momento, por hacerse con ese privilegio.
Es imposible no fijarse en la amplitud de estas avenidas por las que accedemos a la ciudad, pensadas para que los tranvías y autobuses circulasen con fluidez pero no tanto en el transporte con medios privados e individualizados que ahora se adueña de las calles, como en cualquier otro lugar.
Llegamos a un punto muy céntrico y metemos el coche en un párking subterráneo, hay alguna plaza libre en superficie, pero las señales indican algo que se intuye como reserva y prohibición, un coche francés ocupa una de ellas, al salir del aparcamiento por el acceso peatonal, la policía está cubriendo la multa e intentando explicarle algo a los ocupantes.
El centro de Bratislava lo constituye su casco antiguo, muy compacto y reducido, extendido a lo largo de una serie de plazas entrelazadas, como toda ciudad de paso en la que confluyen diversos itinerarios históricos. Es un lugar muy animado, con mucha vida en las terrazas de los bares y en la propia calle, tanto que hay quien la considera como una especie de capital mediterránea del Este. Es uno de los pocos lugares del país donde uno se encuentra con turismo extranjero y, por supuesto, con excursiones organizadas de compatriotas, así como los inevitables italianos y orientales, pero tampoco es un lugar de afluencia masiva y la convivencia entre visitantes y nativos se hace, todavía, bastante llevadera.
Las calles peatonales del centro antiguo se llenan de gente a cualquier hora, desde la plaza Hlavné námestie, donde está el Ayuntamiento viejo (Stará Radnice), se puede llegar en unos minutos a la calle Michalská, auténtica arteria de actividad de este trozo de la ciudad, con el cierre al fondo de la torre y puerta de la desaparecida muralla, pasando por la Frantiskánske námestie y seguir el itinerario de coronación de los reyes húngaros, marcado con incrustaciones en el pavimento. En torno a este polo se visitan enseguida los principales puntos de atracción turística y puede entonces uno elegir en que calle o plaza le apetece sentarse a tomar algo y disfrutar del ir y venir de los paseantes. Enseguida nos encontraremos, a poco que nos desplacemos en dirección al borde del Danubio, con un gran espacio arbolado muy alargado en el que se sitúan el Teatro Nacional Eslovaco y el edificio denominado Reduta, ahora sede de la Slovenská Filharmónia.
En distintos lugares aparecerán pequeñas intervenciones artísticas en forma de esculturas en bronce a tamaño natural, un soldado napoleónico apoyado en un banco de parque, un operario asomando por la boca de un registro del alcantarillado y, cuando nosotros visitamos la ciudad, un montón de funambulistas haciendo equilibrios en cables que atravesaban de lado a lado las calles.

La ciudad decimonónica y los suntuosos edificios civiles modernistas o de estilo ecléctico predominan por toda esta zona de borde edificada tras la demolición de las murallas. El extremo de poniente del casco antiguo está dominado por el castillo (Bratislavský hrad), al pie del cual se extendía un pequeño barrio que fue cortado por el tajo de la circunvalación que conduce el tráfico de la autopista hacia el puente dedicado al movimiento nacional eslovaco de liberación (Most SNP), con su torre rematada por un restaurante panorámico, una obra siempre criticada pero realizada con el optimismo característico del régimen comunista, es decir, tenemos un problema, busquemos la solución racional al mismo (y eso significaba que la historia se hacía en el día a día y los monumentos del pasado tenían el mismo valor que la fuerza del progreso) de cualquier modo, algún día, pasada la purga del rechazo a todo lo que supuso tanto sufrimiento, se valorarán las cosas en su justa medida y se comprobará que, con unas acciones correctoras añadidas, el desastre urbanístico tampoco ha sido tan grande como se nos quiere hacer ver.

Lo que si se enseña ahora, como atracción turística también, es la arquitectura residencial de la Bratislava comunista, esa gran urbanización de superbloques del otro lado del Danubio, no sé si con orgullo o solo por hacer caja con las excursiones, pero el hecho es que esos edificios sembrados en un gran tapiz verde, salvando las deficiencias de habitabilidad, podrían ser el sueño no cumplido de la ciudad moderna y, junto a ellos, pugnan ya por situarse las grandes superficies comerciales de rango multinacional. Si algún signo monumental ha dejado el antiguo régimen, ese es tanto la vivienda masiva como el inmenso monolito dedicado a los soldados del Ejército Rojo que murieron luchando contra los nazis que se alza en la colina Slavín y que domina la silueta de la capital desde casi cualquier punto de vista posible. Y en ambos casos, la naturaleza los envuelve, quizá sin querer o quizá para hacerlos destacar, en cualquier caso, una fortuna para quien allí vive.




El Slovenský kras


Es sábado y salimos de mañana desde Levoca en dirección a Presov y Kosice, desde aquí y por la carretera 50, tomamos hacia Moldava nad Bodvou y siguiendo las carreteras 550 y 548 nos adentramos en una zona montañosa donde el paisaje extrema su belleza, son lugares rudos y pobres, con gitanos al borde de la carretera que se asoman a la calzada cada vez que escuchan un coche y exponen sus cestas cargadas de enormes boletos y otras setas o frutas del bosque, tratando de vender algo a los turistas. Desde Krasnohorske Podhradie vamos hasta Roznava, localidad que se constituye como base para las excursiones a esta región kárstica que se extiende a lo largo de la frontera entre Hungría y Eslovaquia, ocupando una amplia zona de estos dos países y cuyas cuevas han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad, de las casi cinco mil cuevas que se localizan en territorio eslovaco hay cuatro que son visitables (Jaskyna Domica, Gombasecká jaskyna, Jasovská jaskyna y Ochtinská aragonitová) así como una cueva de hielo, la Dobsiná.
Las carreteras secundarias de montaña, por las que hemos decidido ir, tienen tramos muy estrechos, casi ya sin asfalto, a menudo totalmente cubiertos por las copas de los árboles, tanto que el navegador pierde, por momentos, la señal. En uno de los ascensos nos unimos a una caravana de coches de época, a velocidad muy reducida, que al llegar a un pequeño pueblo se apartan hacia la cuneta dejándonos pasar y saludando, vemos así a todo el grupo de clásicos, entre los que no faltan los Skoda descapotables con sus llamativos colores.

Como siempre, encontrar las cuevas para alguien que no es del país (y por lo tanto no habla el idioma) resulta bastante difícil y, tras unos intentos fallidos, nos decidimos por intentar a toda costa visitar la de Gombasecká. Entre el mapa de carreteras y los carteles indicadores que dirigen a las poblaciones próximas, logramos enfilar la carretera que supuestamente nos lleva al lugar. A poco de iniciar el recorrido, una señal puesta en medio de la carretera indica que no se puede pasar, sale un grupo de gente de un campo de maíz recién cortado y nos hace señas de que nos metamos en esa zona de cultivo, donde ya hay algún otro coche, nuestro Skoda se entierra entre los surcos del terreno, bajamos y nos enseñan un papelito, como un ticket de aparcamiento hecho a mano, y pagamos la cantidad que allí está escrita. Preguntamos en inglés, en francés...donde están las cuevas, pero nada, es como hablar chino. Al oir la única palabra que les suena a algo conocido ("Gombasecká") nos hacen gestos de que sigamos andando el camino que está cortado por la señal. Ha sido todo muy raro, tanto, tanto que, al darnos la vuelta vemos venir un coche de la policía y, en ese momento, una de las personas que estaba en el campo, sale corriendo y retira la señal que prohibía el paso... Alguien tenía un campo y podía sacar hoy unas coronas aparcando algún coche. Más explicaciones al final, porque de momento todavía no están las cosas claras.
Caminamos varios kilómetros y no hay rastro de las cuevas ni de nada que se le parezca, es el punto en el que digo: "si no hay nada tras doblar esa curva, nos damos la vuelta, porque la temperatura es elevada y no está el día para hacer senderismo". Y como siempre, surge el milagro, aunque todavía no en forma de cueva. A lo largo del resto del camino va habiendo una serie de mesas al borde de la carretera con gente que nos dice algo al pasar y nos muestran unos papeles con algo escrito y nos ofrecen un bolígrafo, como para rellenar algo. A todos les preguntamos si alguien habla inglés y van repitiendo la palabra "inglés" en su idioma con gestos de extrañeza. Acaba siendo un diálogo de sordos, al final, nosotros ya hablando en español y ellos en eslovaco (?). Pues no, era húngaro.
Se corre la voz y alguien dice algo así como: "si hombre, fulanito habla inglés". Un chico se nos acerca y nos dice que habla inglés, preguntamos si allí hay unas cuevas con ese dichoso nombre y nos da todo tipo de explicaciones, que si por donde se llega, el horario de apertura, cuanto dura la visita... El caso es que lo de menos, hoy y en este lugar, eran las cuevas, a las que habitualmente se llegaría en coche hasta un aparcamiento público justo al lado de la entrada.
El hecho es que en el lugar hay una especie de inmensa romería, se trata de un acto de afirmación entre folclórica, política y nacionalista de las minorías húngaras que pueblan esta región de Eslovaquia. En quince minutos sale una nueva visita guiada a la cueva, compramos los billetes e iniciamos el recorrido, sin entender absolutamente nada, pero como ya hemos visitado otras muchas cuevas kársticas, nos suenan los nombres de los minerales componentes de las formaciones, la tipología de las estalactitas o estalagmitas y adivinamos, por las risas, las habituales bromas con la identificación relativa a cierta parte de la anatomía que siempre en algún lugar aparece identificada con una formación larga y redondeada. Tratar de ver formas reconocibles es algo que siempre anima el interés de los visitantes en estos lugares, más dispuestos a internarse en un parque temático que en una curiosidad geológica.



La salida de nuevo a la luz del día tiene su recompensa. La reunión de familias húngaras se complementa con un amplio despliegue gastronómico regional, con grandes ollas repletas de comida que se vende en distintos puestos y, lo mejor, es que solo hace falta coger un plato de plástico e indicar de cual quiere uno que le sirvan y, después de pagar unos precios que resultan casi ridículos e impropios para nuestro país, sentarse en alguna de las mesas al aire libre a disfrutarla.
Además, tenemos animación incluida, nos sentamos en unas sillas plegables que rodean el escenario y comienzan a salir grupos, anunciados previamente con el nombre de la familia a la que representan y el lugar de donde proceden, que interpretan bailes y canciones folclóricas. Poco a poco, el escenario se va llenando con los sucesivos grupos que se unen a los anteriores, y nos damos cuenta de que toda esa gente es la que previamente estaba sentada en las sillas junto a nosotros. Por un momento se nos ocurre que si la cosa sigue así, pronto nos va a tocar salir a nosotros y, lo malo, es que no tenemos nada preparado. Al final, un señor de traje es presentado (por lo que se intuye de las palabras que logramos interpretar) como un diputado húngaro en el parlamento eslovaco que lucha por los intereses magiares y larga el típico discurso en el que se escucha constantemente "política" y "magiar".


Ha empezado a llover un poco, quizá porque el hombre éste no acababa de terminar y se había emocionado demasiado al dirigirse a un auditorio tan receptivo, así que iniciamos el retorno hacia aquel lejano punto en que habíamos dejado el coche, ahora aparcado allí con la sola compañía de algún otro incauto y sin rastro de los "vigilantes" del campo de maíz. Nos hemos reído mucho, sobre todo de que alguien se las haya ingeniado para ganarse el día con imaginación y sorteando el control de la autoridad, como debió hacerse siempre en los mercados y ferias desde hace siglos.